22 de diciembre de 2009

Ojos moros

...carta abierta a Sigmund Freud

When the promise was broken, I cashed in a few of my dreams.
Bruce Springsteen / The promise

Al principio fueron sus ojos. Ojos moros, almendras, diccionarios. Ojos cotidianos como rezos de creyentes, absolutos. Presentidos, que justo es decir que no los conocía aún. Eran dogmas de fe en aquellas tardes lentas en que miraba la cortina iluminada del cielo caer indiferente sobre las casas y las gentes, tardes, en fin, simples, sin consecuencias, pero con sus ojos habitando la voz áspera de Springsteen: Johnny Works in a factory and Billy Works downtown…, y aunque la canción de marras no hablaba de ojos daba igual, después de todo, no hay mayor promesa que los ojos de una mujer, o la mujer. La mujer que me aguardaba –creía yo– en algún lugar del continente, más allá del límite gris y frío de las sábanas.

Y me dio por crecer. Me dio por aguardar, que en este caso es lo mismo. Todos sabemos cuanto se espera al crecer: esperamos, por decir poco, una vida mejor, un beso milagro, una justicia que nos haga bellos, un lugar en el mundo en donde –por lo menos- no estemos de más. Ni de menos, que las matemáticas son política de números, aritmética normativa de lo demográfico. Esperaba, cómo si no, sus ojos. Voy a decirlo, no sin sentir vergüenza, tal y como es: esperaba que de las paredes, de la nada relativa de mis sueños, de los zapatos gastados, de mis poemas mediocres, de mi nombre sintomático, de mi estado procesal de quien, siendo parte en un juicio, no acude al llamamiento que formalmente le hace el juez o deja incumplidas las intimaciones de este -que es como se define a la rebeldía en un diccionario de derecho-; esperaba, decía, que desde mi pretérito futuro imperfecto y demodé, apareciera ella. Ella y sus ojos, claro, de lo contrario, cualquier ella hubiese sido lo mismo, o la misma. No sé por qué me dio por crecer.

Y crecer es un viaje. ¿O era la vida es un viaje? No importa. El viaje, en todo caso, estuvo lleno de paradas, accidentes, comida chatarra, pasajeros incontinentes, boletos cancelados, pérdidas de fe, odios recuperados, amores sin resolver. Era un viaje, pues, qué carajo, y no se puede más que ser viajero, el idiota del traje dominguero subiendo al tren. De modo que allí estaba yo, todos mis trastos empaquetados en un suspiro, con el alma en vilo, viendo pasar crepúsculos, asomado a la ventana como quien corrobora lo sabido. Esperando llegar a la Estación Ojos Moros, nombre que viene al pego en mi historia personal. Porque mi historia, como la de cualquier hombre, es una de amor. Y sí, suena cursi, pero, en mi caso, con un atenuante, no te creas: ella, es decir, ojos moros, es mi estación desde hace muchas vidas… bueno, yo creo en esas cosas.

Y llegué a la estación, ¡quién lo diría! Por supuesto, llegué con retraso, siempre es así conmigo. Llegué pasados, bien pasados, los cuarenta. Aunque debo admitir que primero, en mis treintas, vi las calles circundantes, el mapa político del sector, la orografía de sus senos, el gueto en donde viven mis pasiones, las isocronas de nuestros besos imposibles, el necesario acuífero de las caricias, los álveos en la comisura de sus ojos, la conurbación resultante de la unión de su rostro con mis sueños, esa periferia absurda de mis madrugadas. Todo eso en un segundo, justo al verla traspasar la puerta de aquel destino, o empleo, u oportunidad, o desconsuelo. ¡Qué de nombres nombran, ya me dirás tú, los oficios de los hombres!

Lo demás fue taquicardia. Es decir, conversaciones, no seamos tan cardiológicos. Aproximaciones sesgadas a la gloria del mundo. Sic Transit Gloria Mundi, que dicen. Lo demás fue fungir de notario y de testigo. Lo demás fue asombro, maravilla. Lo demás fue, después, distancia, tristeza, pérdida callada. Lo demás, qué te cuento, lo superé de vaina, cojeando sin bastón, revisando inútiles mapas de rutas de escape, apostando por las dudas y porsiacasos.

Pero pasados, bien pasados, los cuarenta –como dije varios tragos más arriba-, hubo caricias, besos, humedades, promesas. Mesas de trabajo donde discurrieron papeles blancos y manteles, magia de sudores y acuerdos, firmas de paz, bienvenidas. Hubo, creo yo, orgasmos, discursos, llantos, abrazos, conclusiones. Pero después hubo después, que es un coitus interruptus, y los acuerdos alcanzados fueron nulos, los ejércitos retirados volvieron a cuidar fronteras, a vigilar puentes. Volvieron los cartógrafos a trazar soledades, ausencias, interrogantes. Volvió esa nada que de pura nada, es todo lo que volvió. Ya ves.

Lo que sigue, de cara a loqueviene, es la espera en el limbo, esa estación equívoca, sin trenes, ni suicidas, ni viajantes.

Y yo, a estas horas, solo, borracho y con migraña, de puro terco, sigo esperando el silbido imposible del tren.

Debo estar loco, Sigmund.

12 de diciembre de 2009

Descripción del ruido

Del ruido sé mucho
que se instala
por ejemplo
en las dunas ocres de mi paciencia
y se traga mis minutos
y no me deja espacio
para soñar tus ojos y tus aciertos
del ruido sé mucho
soy su víctima habitual

sé mucho del ruido
he caminado inmerso en sus mapas
he sido aplastado por su opinión constante
y sonante
en estas calles inmundas de humanos
en esta ciudad inhábil
en desentrañar climas
y autobuses
del ruido sé mucho
no suena como tu nombre

sé del ruido
por citarte un ejemplo
que me obliga taquicardias y bostezos
y me viste descampados
zapatos indigentes
solidarios cigarrillos
risa inútil
del ruido sé mucho
no me devuelve ni uno solo de tus besos

del ruido sé mucho
es una píldora pesada
un remedo de canto
una esperanza muerta
justo al cruzar la calle
un lastre un defecto unespejoroto
un sin fin de voces que no contienen
una palabra tuya
del ruido sé mucho
no me da más tiempo de tu tiempo

sé mucho del ruido
invade mis quehaceres y monedas
hurga en mis sienes y apellidos
rompe mis respiros y mi espalda
detiene el viento
ensucia el verso
malogra el logro
grita     que de puro grito
se compone el ruido
del ruido sé mucho
él no es parte de tu piel
ni tiene tu olor
estado del cielo en que me asombro

¿por qué hace tanto ruido
tu silencio?

15 de septiembre de 2009

Sucede

Uno no entiende las postales amarillas
las desteñidas ganas del regreso
las flores plásticas
los animalitos de vidrio
naturalezas muertas

apenas si se convive con estos fantasmas
y acariciamos la idea de resurrecciones
uno crece       y en la estirada
pierde noción del antes y de ahora
antes       porque pasado suena a peor
ahora       porque presente suena aquién sabe
y vamos tirando piedritas
a los charcos de agua
y a los guiños de ojos
de la melancolía

uno no decide mirar sin ver
ni caminar por la calzada
como quien ruega por paz
y gracia
uno apenas si se lanza
a la luz brillante de los días
armado de uno mismo
que no es más
que dudas inmejorables
y preguntas y besos y mordiscos
uno apenas si tantea
en la tiniebla del encuentro
la cercana piel de quien te espera
y espera
que la piel sea piel
y no tanto promesa

uno aprende a ser discreto
con la mano cercana
con el mar calmado de los ojos
con la voz que dice ven
y después calla
uno calcula
y suma y resta y canta y decanta
guijarros       nombres       pormenores
riesgos y aflicciones
y ya ves
decide uno       de puro torpe
ser feliz

y algunas veces sucede

3 de septiembre de 2009

Facebook

Hay una constante estúpida en la distancia, una callada resignación, un bostezo medieval, el arrojo inútil de la tortuga empeñada en ganarle a la liebre. Hay un no sé qué en la distancia, una consecuencia, un poema lerdo, un absurdo estadístico, un contexto que no es tu rostro, ni tu nombre, ni un más nunca. Hay tanto de pasado en la distancia, tanta dimensión oculta, tanto alrededor de nada, tanto café desabrido. Tanto desencuentro en la distancia.

Hay tanto albur en la distancia, tanto quizás, tanto quién sabe, tanta tarde fallida, tanta mañana inoportuna. Hay tanto tiempo en la distancia, tanto anónimo sin sombra, tanto verso extraviado. Hay tanta espera en la distancia, tanta pared, tanto castigo, tanto de no hay salida, tanto paso sin eco. Hay tanto miedo en la distancia, tanto abrazo perdido, tanta risa detenida, tanta desmesura en el mensaje, tanto riesgo a repetirse, tanto no fue, tanto hastacuando. Tanto ignorar en la distancia.

Hay tanta extinción en la distancia, tanto asunto inconcluso, tanta diáspora de la vida, tanto naufragio, tanta canción callada, tanta mediastintas, tanto casi, tanto porpoco. Hay tanta higiene en la distancia, tanta perfección, tanto decoro, tanto de humano, tanto de sobra, tanto. Hay tanto de cromos en la distancia, tanto de pose. Tanto de nosotros.

Tanto de nada en la distancia.

8 de julio de 2009

¡Dígalo, mi negro!

Sic transit gloria mundi.

¡Anda, vale! Si tú no vas nosotros tampoco, dijo Rafael mientras vigilaba de soslayo la reacción de Raúl quien se afanaba en arreglar el securezza para que no se saliera nada. Era una tarde limpia de julio en los cielos de Washington y Barak tragaba grueso ante la difícil decisión: ¿Coño, voy o hago una declaración pública?, se preguntaba preocupado.

Hugo sorbía otra taza de café y, muy por lo bajo, le comentaba a Daniel no sé qué cosa técnica sobre el café gringo: ¡No joda, Daniel, esta vaina no sabe a nada! Daniel salió de sus cavilaciones con el comentario y la imagen de la chiquilla se esfumó de la viñeta que flotaba sobre su cabeza. Qué cagada, dijo. Hugo asintió, pensando en el café. Daniel lo odiaba, de eso estoy seguro.

Barak se levantó. Sobrio, pero simpático, los obsequió con una sonrisa mientras llevaba sus manos a la espalda y caminaba por la Oficina Oval. José Miguel no pudo disimular un suspiro, mientras elaboraba rosas de papel con las hojas formato A4 de la última resolución del club. El ambiente, si bien no era tenso, tenía un yo no sé qué de pesadez y fastidio, corroborado por los ronquidos sordos de José Manuel , siempre entre la vigilia y el sueño. Despertó sobresaltado al sentir cómo, en una cabeceada, caía sobre sus piernas el sombrero blanco. ¿Si va ir, verdad?, casi gritó, y Raúl sintió, gracias al sobresalto, que una humedad tibia comenzaba a invadir el uniforme de campaña e iba a parar al piso.

Sonó un celular. Era el de Hugo. Atendió molesto. Los colegas lo miraron expectantes. No, Nicolás, aún no ha decidido nada. Coño, no ladi... ¿y quién te dijo que tú piensas? Vete al canal ocho y dile a Vanessa que te entreviste. Que haga preguntas fáciles, ¿ok?, colgó el vergatario y se disculpó por la interrupción. Barak le dirigió un gesto amable y volvió la vista hacia los jardines. Una brisa tenue jugaba con los árboles. Hillary tomaba el té a la sombra de un álamo. Barak sonrió al verla.

Oye, mi negro, yo creo que para tu imagen mundial, un pronunciamiento, como mínimo, sería estupendo, viejo. Pero si vas con nosotros, ¡vaya, que sería la coña, tigre!, dijo Raúl, mientras una empleada trapeaba debajo de su silla. Daniel aprovechó para verle el culo.

Además, Obi, no todo es Guantánamo y esas cosas. También tienes que apoyar de verdad a los que pasan por un dolor como este, así afianzas tu imagen de buen hombre, acotó José Miguel, modoso, frunciendo el seño y empeñado en sus flores de origami. Barak tomó una de las rosas insulsas y la puso en el ojal de su chaqueta. A José Miguel se le subió el rubor a las mejillas.

Debemos comprender que no es fácil para él, ¿ok? Recuerda que está secuestrado por el imperio, dijo Hugo a Rafael en un susurro, y éste asintió preocupado, acariciándose el pelaje, examinándolo disimulado en el reflejo de una vitrina cercana.

Barak abrió la ventana y su penetrante mirada logró que Hillary, sin mediar silbidos u otros llamados, volteara a verlo. Sonrió socarrón, guiñándole un ojo y ella, solícita, acudió rápidamente a la Oficina Oval. Entró, enérgica y segura, arrancando un buenas tardes al coro de los presidentes. Se acercó a Barak, quien le habló al oído. Ella sonrió, posó disimuladamente su mano sobre los pectorales del jefe y salió de allí, seguida por la mirada de Daniel, pegada a su culo.

Bien, dijo Barak, Hillary preparará todo, los acompañaré, los gritos de alegría y triunfo llenaron la Oficina Oval despertando a José Manuel quien cayó al piso. Todos brincaban abrazados, mientras Barak los veía sonreído y paternal. Salieron de la Casa Blanca, seguidos de la empleada quien trapeaba sin cesar detrás de Raúl, hacia el aeropuerto, vitoreados por una multitud. En el Air Force One ultimaron los últimos detalles y Raúl cambió sus securezza.

En el lugar los esperaba CNN, ABC, BBC, Channel Four Television, RAI, TeleSur, Globovisión, VTV, Niños Cantores del Zulia TV, Al-Jazeera, Venus Tv, Animal Planet y muchos más.

Llegaron decididos. Avanzaron, marciales y justicieros, por entre el tumulto que abarrotaba la calle. Todos se apartaban a su paso, no habría fuerza que pudiese detener a estos hombres. Se hizo un silencio espeso cuando entraron y se colocaron junto al féretro. Los justicieros miraron detenidamente a los presentes en aquel recinto e infundieron respeto a la masa. Y fue sólo hasta que Barak, seguido por los otros, comenzó a entonar I'll be there, que pudieron iniciarse las exequias de Michael Jackson.

Desperté con un mal sabor en la boca.






3 de junio de 2009

Convidados a la noche

(guión para un corto des-animado)


ESCENA # 1: Int. Iglesia/Día
Dentro de una Iglesia, Samael (de unos 30 años, alto y atlético, rubio de pelo algo enmarañado) y Lilith (25 años, de ojos y pelo negrísimos que contrastan con su piel blanca, un poco más baja que Samael y de cuerpo voluptuoso), recorren el recinto. El, con actitud de experto restaurador, contempla la estatuaria, examina acuciosamente cada imagen, acercando el rostro hasta casi rozar el yeso e introduciendo los dedos de sus grandes pero ágiles manos dentro de los pliegues que simulan los ropajes sacando, suave y certeramente, restos de pintura. Samael hace un alto para encender una de las pequeñas velas que están a los pies del Nazareno. Mira en dirección al Altar y descubre a su compañera situada justo debajo del gran Cristo que preside la Nave Central de la Catedral. Lilith acaricia el madero vertical de la Cruz y la lascivia le arranca una mueca a su bellísimo rostro. Samael sonríe y su mirada se detiene en el poderoso trasero de la mujer. Camina a grandes pasos hasta ella pero se detiene ante el Altar y, con la misma pericia demostrada en las estatuas, examina el borde de encajes dorados del mantel. Luego se acerca a ella y, después de acariciarle las nalgas, saca un cigarrillo del bolsillo de su camisa y lo enciende en una de las velas que están al lado del Cristo. Difuminada por el vitral de la derecha, una luz espectral baña al extraño trío. La pareja se marcha. Mientras caminan por la Nave Central, las ventanas y puertas laterales se cierran tras ellos. Una vez afuera, la entrada principal se cierra también. Lilith se coloca unos lentes para el sol y acomoda sus senos, atrapados en el top negro del que casi escapan. Samael, pese al calor del mediodía, se pone el gabán negro que recogió a la salida, dejándolo abierto, de modo que se vea su vestimenta de jeans y camisa, todo de blanco. Luego aspira el cigarrillo y se acerca a un mendigo que está sentado a los pies de una columna de la entrada. Le coloca el cigarrillo en la boca, saca de uno de los bolsillos del gabán una cabeza de cuervo, se la coloca en la mano extendida y le palmea el hombro, sonriendo cínicamente. La pareja baja las escaleras y se van. Detrás queda el mendigo temblando de pánico con la vista puesta en el obsequio aún en su mano. Las chicharras cantan. CORTE A:

ESCENA # 2: Ext. Calle/Día
Salvo por los mendigos que se encuentran en el recorrido, las calles están desiertas. Lilith les entrega volantes. Samael camina a su lado, se entretiene con dos cabezas de cuervos que hace rotar de un dedo a otro en su mano izquierda mientras que en la otra sostiene un cigarrillo. Pese a su amplia sonrisa, canta quedamente un tristísimo blues de los años 30 titulado "I'd rather go blind", mientras sus ojos, extrañamente profundos, detallan a cada uno de los indigentes. Al doblar una esquina, un agitado grupo de mujeres, hombres, niños y ancianos, todos en deplorable estado -algunos, incluso, en evidente enajenación mental-, comienzan a arrancarle los volantes de las manos a Lilith. Ella trata de imponer orden y busca a Samael con la mirada, pero él se ha escapado. Recostado de una pared en la acera del frente, fuma y observa el espectáculo. De repente comienza a recitar calladamente y de forma repetida una frase, para después, elevando el volumen de su voz, cantarla sostenidamente, a la manera de los cantos religiosos palestinos. Nadie se inmuta ante el desconocido canto de Samael: "Eli, Eli, lamma sabacthani". FUNDIDO A NEGRO.

ESCENA # 3: Ext. Calle/Tarde-Noche
Samael y Lilith regresan a la Iglesia. Ella saluda cortésmente a los mendigos, quienes responden agitando los volantes. Parece una activista social, se le nota feliz y satisfecha, sin rastro alguno de la malignidad que transmitiera en el interior de la Catedral. Samael, sin embargo, ha dejado de sonreír y de cantar. Su mirada va clavada al piso, lleva las manos en los bolsillos y de vez en cuando levanta la cabeza y observa, con el rostro petrificado en una mezcla de odio, compasión y tristeza hacia los indigentes. Enciende un cigarrillo y toma una bocanada larga para luego expulsarla con fuerza. Ella sigue saludando. El suspira. Frente a la Iglesia, una pequeña multitud de mendigos comienza a hacer fila para entrar. Samael se acerca al sujeto que viera al salir: está tendido en el suelo con expresión de terror, inamovible por el rigor mortis. Toma la cabeza de cuervo que está al lado del cadáver y se la introduce en la boca, le cierra las mandíbulas y se ríe con odio, transfigurado. Después entra a la Iglesia siguiendo a Lilith. CORTE A:

ESCENA # 4: Int. Iglesia/Noche
Samael en su trabajo. Ha puesto un mantel nuevo sobre el Altar, los platos apilados en una esquina y los cubiertos de plata en la otra. Lilith lo besa en la mejilla y lo mira a los ojos esbozando una leve sonrisa. El se aparta de ella, entra en un cuartucho y sale con una caja de copas. Después de ordenarlas, se coloca frente a la mujer y hace un gesto encogiéndose de hombros, indicando que todo está listo. Ella lo toma por la nuca y lo besa largamente. El murmullo de voces de la gente entrando los interrumpe. Samael entra de nuevo al cuartucho de depósito. Se desnuda, toma una pistola y sale. La gente comienza a sentarse en los bancos. Lilith reparte los platos y los cubiertos. Samael sube al Altar y se sienta en el centro con las piernas extendidas. Hunde el cañón de la pistola a la altura del esternón y aprieta el gatillo. Todos, excepto Lilith, se sobresaltan con la explosión, pero enseguida reanudan la recolección de platos y cubiertos. Lilith sonríe con ternura a los comensales. Por el agujero de salida del proyectil, en la espalda de Samael, brotan miles de plumas negras que vuelan suavemente, llenando todo el interior de la Catedral. El cadáver de Samael, sin derramar una gota de sangre, permanece sentado con el torso doblado increíblemente y su rostro pegado a los muslos de las piernas extendidas, en el Altar. FUNDIDO A NEGRO/FIN.



10 de abril de 2009

Señores

Pasó en una camionetica como esta
4:01:22 p.m.

Buenas taldes señores usuarios. Señores somos un grupo de jóvenes que tanos haciendo una coleta pa reuní dinero pa ayudá a la niña Yuleisi María que pueden vé en esta foto la cual sufre de una enfelmedá llamada caldiopatía tongénica señores. Señores esta enfelmedá se cura con una operación que cuesta nueve millones de bolívares señores. Señores esta cantidá no se reúne de la noche a la mañana señores poleso tanos vendiendo estas galletas de chocolate y maní con una taljeta que silve pa toda ocasión señores pueden velas sin ningún compromiso señores. Señores con sólo mil bolos se llevan dos galletas y la taljeta señores. Señores aprovechen la promoción y estarán colaborando con la niña Yuleisi María que pueden vé en esta foto que tá muy enfelma y necesita de la cantidá ante mencionada señores. Señores mil bolívares no empobrecen ni enriquecen a nadie señores. Señores si aquí alguien no cree en lo que toi diciendo señores pueden vé estos papeles que dicen que la enfelmedá ta muy adelantá y Yuleisi que pueden vé en esta foto necesita la operación señores. Señores muchas gracias a nombre de Yuleisi María que pueden vé en esta foto.

4:03:38 p.m.

Bueno, ¿y esa no era la niña Treisi Dayana, con leucemia esta mañana?

4:03:40 p.m.

se ño res

9 de abril de 2009

De la Ingeniería Civil

Ella dijo: "nunca le he escuchado palabras edificantes a ese hombre". Ignoro de quién hablaban las dos señoras. No sé, además, qué tan importantes son las "palabras edificantes", pero me enganchó la frase. Intenté oír algo más de la conversación, pero, como saben, el regguetón hace imposible cualquier intento de adquirir cultura en los autobuses de Caracas.

En la parada, por favor. Debía bajar.

¡Ah, las palabras edificantes! Por supuesto, hay que aclarar que sólo son edificantes las pronunciadas por la gente correcta. ¿Que quienes son esos? Pues depende. ¿Qué religión profesa Ud? ¿Qué me dice de su orientación sexual? ¿Y cómo andamos de raza? ¿Y su militancia política? ¿Tiene dinero Ud? ¡Ajá, ya se dio cuenta!

Palabras edificantes... se me ocurre LADRILLO, por ejemplo. Esa es una.

Útiles teologías orientales

No recuerdo qué físico teórico, el profesional más cercano al taumaturgo, concluyó (después de fumar mucha matemática y uno que otro texto religioso) que el universo no estaba creado aún, sino que estaba siendo pensado por Dios... o algo así.

La primera vez que leí eso se me erizó la piel. Un ataque de pánico, seguido de una depresión profunda, me postraron en cama durante semanas. No quería salir a la calle. Si veía una de esas malísimas telenovelas mexicanas arrancaba a llorar aterrado. En una oportunidad, sonaba en la radio El baile de la niña y en un arranque de inmenso dolor me corté las venas. Mi novia llamó una ambulancia. Me salvaron de vaina.

De vuelta en casa, me consolaba acunándome entre sus brazos y preguntó: ¿Por qué te afecta tanto esa canción? ¡No es la canción, Coño, Dios es un mediocre! ¿No te asusta eso? Grité. Le conté sobre la teoría en cuestión y ella, más inteligente que yo, me dejó. No sin antes aclarar que eres un idiota.

Piensen en esto: de repente, este tipo me decía que Ismael García, la avenida Baralt, el baile de la niña, Pablo Coelho, Gigantísimo, los Tiburones de la Guaira, el Miss Venezuela, todo, ¡absolutamente TODO lo mediocre que existió, existe y existirá estaba siendo pensado por Él! Y conste que hablo de Lo Mediocre, no hablo del Mal porque, qué duda cabe, esa SI debe ser una potencia divina. De modo que lo mediocre no era culpa de la limitación humana, después de todo, sino una limitación de Dios. De un dios de medio pelo, pues.

Examiné mi propia mediocridad y me hundí en la miseria de no ser dueño ni siquiera de eso. Mi siquiatra trató de argumentar que no pensaba en Da Vinci, Borges, Einstein, Ramos Sucre, Oscar D'León. Allí no hay mediocridad por ninguna parte, dijo. Si, pero si Dios puede pensar mediocre, ¡es mediocre papá! Freud pudo haberse equivocado en algunas cosas, doctor, pero mediocridades no hizo. El tipo se tragó un Tafil y me sacó a empujones del consultorio.

Pero un día el pánico pasó. Justo cuando iba a saltar a los rieles del metro, a mi lado se detuvo un monje budista. ¿Por qué quieres saltar? Le conté todo, con detalles y razonamientos, del físico, no míos desde luego. ¡Ah, eso!, dijo. Después citó a Buda:

En el vació no hay forma, sensación, idea, volición, conciencia. No hay ojos ni oídos, ni nariz ni lengua, ni cuerpo ni espíritu. No hay color ni sonido, ni sabor ni contacto ni elementos. En el vacío no hay ignorancia ni conocimiento, ni tampoco cesación de la ignorancia. No hay ni dolor ni miseria, ni obstáculo ni camino. No hay vejez ni muerte. En el vacío no hay CONOCIMIENTO ni obtención del Conocimiento*.

... y creo que entendí.

* Buda en Sâriputra

Bodhisattva

Sabes que estás jodidamente solo cuando sustituyes las fantasías sexuales por escenas cotidianas de desayuno y buenos días, por abrazos tibios en la mañana, o por la caricia leve en un vientre que, irremediablemente, no encuentras a tu lado.

Entristeces un poco, pero después la ducha lava nostalgias y desarraigo y te preparas para estar. Tan solo eso, estar, que ya es mucho decir en estos días. Pero ocurre que debes salir a la calle, sitio en el que, lo sabes, millones de personas deambulan jodidamente solas, como tú, pero lo disimulan mejor. O se mienten, técnica incuestionablemente buena para negar la miseria propia.

Comienzas entonces a ver cientos de libros de autoayuda en manos de gerentes, secretarias, profesores, estudiantes, sacerdotes, militares, chóferes, niños, jóvenes, adultos y viejos. Gente de todas las razas y credos con manuales para la felicidad que no los hace felices... ¿o si?

Entonces la duda te corroe y como eres un lector compulsivo, entras en un local de la vieja Nueva Era y arrasas con los Coelhos, los Osho, los PNL, los Inteligencia Emocional, los Weiss. Compras horóscopos, tarots, cuarzos y amatistas. Cargas con incienso y pirámides, yins y yans, mandalas y otras sabidurías antiguas, perdón, ancestrales, que tiene un je ne sais quoi antropológico. Y te decides a creer.

Pasados los meses, tu apartamento apesta a sándalo, tu presupuesto está decaído y la vida aún no tiene sentido. Sólo la idea de la muerte te parece buena. No sientes miedo ni aprehensión al respecto. De hecho, ni siquiera piensas en suicidarte, es sólo que le darías las gracias a quien te pegue un tiro. Y te dices, estoy mal, debe haber una respuesta.

Así que decidí entonces escuchar, una vez más, al sabio monje budista que siempre tiene respuestas. Aunque después de un tiempo, siga tan occidental como de costumbre y mande al carajo sus consejos.

Santidad, ¿donde puedo encontrar la felicidad?, pregunté mientras caminaba a su lado por el bulevar. Si te lo he dicho miles de veces. Sólo en el vacío del nirvana, dijo con esa sonrisa calmada y hermosa de quien está en paz. No pude ocultar mi ansiedad. Si bueno, eso, eeeh, eso lo sé. Pero digamos que no puedo esperar a morir y... Me interrumpió y señaló con el dedo una farmacia: Entonces ve allí, dijo sonriéndome, satisfecho de poder ayudarme.

Pero es obvio que mi cara debía parecer una enorme interrogante con orejas, pues él cambió la sonrisa por un gesto de resignación y entornando los ojos agregó: ¡Se llama Prozac, hijo!, y se alejó lentamente.

- ¿Qué tal?

- ¡Coño, Miguel, esos carajos se las saben todas! Imagino que ahora si le vas a parar bolas, ¿no?

- A pues, dúdalo. ¡Salud!.- Chocaron las cervezas.

Miguel seguía atento con la mirada a la morena de largas piernas y sonrisa pícara.

Perros famélicos

Un muchacho pide una colaboración para una timioterapia en la salida del metro. Un poco más allá, dos niños hacen malabares con naranjas a cambio de unas monedas. Una anciana vende galletas que nadie compra. Un predicador anuncia la llegada del Señor y el cielo se pone oscuro. El aire frío y hediondo. Repentinamente escasean zaguanes y salientes y son muchas las prisas.

Va a llover, me digo. Y mucho. Con esa lluvia que no lava nada. Una lluvia que empantana calles y humedece la miseria.

El chico de la quimioterapia recibe un par de monedas, quizá tres y pronuncia un gracias tan inaudible y cotidiano como es posible. Los niños de las naranjas han desaparecido y la anciana cambia de ramo, voceando paraguas inmediatos, pues las galletas, como se sabe, se deshacen en un aguacero. Sólo el predicador insiste.

No es poca cosa la llegada del señor. Viene con rayos y huracanes. Nos advierte sobre un ejército de ángeles que cortará cabezas castigando felicidades y pecados. Habrá temblores, plagas y volcanes, enfermedades inimaginables y guerras.

Bueno, parece que ya empezó. La lluvia, claro.

Precariamente resguardada bajo sus cuadernos, Julia espera por la llegada de su madre. Hacen ya quince minutos del timbre de salida y no llega. Yo, que tengo impermeable, me acerco para ponerla debajo y junto a mi. La lluvia suele hacer esas cosas, me digo. Yo también espero que vengan por mí, le digo. Ella sonríe.

Un hombre de mediana edad pasa corriendo y me salpica. Salgo de la trampa del recuerdo para encontrarme de nuevo frente al predicador. Ya en silencio, espera, no sé qué, estoico y cristiano bajo la lluvia. Me mira, quieto como un justo. Le señalo un pequeño espacio a mi lado pero lo rechaza con una casi sonrisa, ignoro si conmovido por mi gesto o divertido por la inutilidad de los refugios. Un hedor marrón, como de abandono, emerge del alcantarillado y tan ciudadano como las ratas y las noticias, deambula el boulevard a sus anchas.

Lánzate, lánzate, le gritan a Diego que corre a primera bajo la lluvia. La pelota de goma rebota con efecto contra el filo de la acera y se le escapa a Iván quien corre tras ella, pero es tarde cuando la atrapa. Diego, en primera, espera por el turno al bate del negrito Kenni para seguir avanzando. El aguacero arrecia, el juego también. Nada como el asfalto mojado para batear rollings corticos, incogibles. Kenni rebota la pelota cinco veces contra el piso antes de batear, como siempre, mientras calcula hacia dónde debe hacerlo. Hay tensión. Un trueno ensordecedor nos estremece y desconcentra.

Todos hemos gritado. El predicador mira al cielo como esperando que tras el trueno, las huestes celestiales comiencen la campaña. Pero no llegan. No hay ángeles en las puertas del Gran Café degollando a los proxenetas que acostumbran sus mesas. Pero él espera. Le sobra confianza y tiempo. No recuerdo si el negrito Kenni llegó a batear bien, y no viene al caso. La lluvia se intensifica y la gente comienza a darse cuenta que será para largo. Unos, en consecuencia, se resignan y salen de sus refugios para intentar taxis o autobuses. Otros, piden un café. Yo, me quedo loco admirando el uniforme del liceo que se le ha pegado al cuerpo.

La blusa se ha transparentado y deja ver los sostenes que apenas si contienen sus pezones como piedras que luchan por escapar. Detallo la rigidez de sus nalgas al caminar, la cabellera mojada y salvaje, negra como las nubes, que imagino sobre mí en la cama. Escucho la voz afónica diciendo que también quiere. Que se la pasa pensando en eso. Que ganas y miedo se le confunden. Y yo desabrocho los botones y, temblando, levanto el sostén, toco sus senos morenos, los primeros, los mejores... y la vecina que pasa en el carro y parece que nos ve. Y el susto, la carrera. El mejor no que duró varios meses hasta el mejor sí.

Debo haber sonreído. El predicador parece satisfecho y sonríe, ahora sí, con todo el rostro. Quizá crea que meditaba en sus palabras. Piense que, después de todo, la lluvia me sujetó a su verbo, me lavó las culpas, me preparó para el reino. Un alma ganada, se dirá. Uno que no caerá, pareció decir. Y extiende sus brazos mientras camino hacia él, listo para la lluvia.

Olvídalo, amigo, le digo. No vendrán. todo está muy sucio.

Bajando hacia la avenida, un enorme cerro de basura se desparrama por el peso del agua. Un indigente trata de rescatar algo comestible. Un hijo de puta le grita que busque bien, que hay lomito. Los demás ríen. Sólo un perro, triste y desnutrido, lo observa compasivo. Tal vez los ángeles son perros famélicos. Después de todo, no hay nada que rescatar.

Es una mierda esta ciudad. Hace de la lluvia un defecto.

Bobby

Detesto el hip hop. No, detesto la cultura del hip hop. Odio su estética de pantalones anchos y zapatos enormes. Sus cadenas y pulseras exageradas. Sus malditas gorras. Pero por encima de todo, aborrezco la mala costumbre de estar escupiendo por todos lados mientras se rascan los genitales.

Ignoro si estos dos últimos atributos les pertenecen en exclusiva a la cultura del hip hop. Para ser honesto, parecen, también, vainas de peloteros. Pero, el 90% de los patanes que tienen por buenas tales prácticas visten, calzan y se contonean en la calle como estos imbéciles entronizados por MTV, que nunca se han leído más de un libro y a quienes la industria del entretenimiento convirtió en estrellas y millonarios.

No voy a preguntar por qué se rascan. Intuyo que se debe a que intentan llamar la atención del género femenino (espero, por el bien del género femenino, que no lo estén logrando). Un problema de frustración sexual, pues. Mucho mami, que rica... y nada.

Sin embargo, el por qué escupen ya es otra cosa.

A ver, idiota, ¿por qué escupes? ¿Es una manera de marcar tu territorio, toda vez que no puedes orinar en la cola del autobús? Si es eso, te advierto que eres bastante malo como macho territorial, pues no veo a nadie olfateando tus escupitajos. ¿Quieres parecer malo? ¡NO PARECES MALO, IDIOTA, PARECES UN CERDO!

¿Es alguna forma de delimitar escalas sociales en tu grupo? ¡Coño, prueben con un test de inteligencia!... No, no, no, eso no va a funcionar. Ya está: ¡cáiganse a coñazos! Eso funciona. Dale un vistazo a Animal Planet. ¡Espero que no nos volvamos a encontrar, porque si me escupes de nuevo te muerdo!

El perro se alejó lentamente y de tanto en tanto miraba hacia el muchacho y gruñía mostrándole los dientes. ¡Había tanta dignidad y don de gentes en ese viejo y sarnoso pastor criollo!

El muchacho temblaba.

Ten cuidado a quién escupes, le dije.

Utilitario I

Suelo fingir que soy sordo. Es muy bueno para evitar que la gente te acorrale contándote vainas que no te interesan, menos aún si se trata de extraños. He llegado a depurar la técnica hacia dos variantes: una consiste en evitar de entrada la conversación.

Por ejemplo, si vas a montarte en el autobús, te aseguras de preguntarle con señas al conductor una dirección cualquiera. Haz que todos lo noten. Desde ese momento te ganas la compasión de los pasajeros, nadie te aburre y, de paso, te diviertes viendo sus esfuerzos por ayudarte.

La otra... ¡ay, mi Dios, LA OTRA!

Digamos que entraste al autobús y no hiciste lo anterior. Estás sentado y con los ojos cerrados te imaginas en una playa desierta. Repentinamente, la señora a tu lado comienza a hablarte. ¡NO LE PRESTES ATENCIÓN, NO ABRAS TUS OJOS! Veamos hasta donde es capaz de llegar. Ella llamará tu atención con golpecitos en el hombro. Bien, voltea y sonríele. Usa tu sonrisa de buen ciudadano.

Dirá que el calor hace que se le baje la tensión y que las piernas se le ponen como berenjenas por las varices cuando no le dan un asiento. Es que ya no hay caballeros. Ah, y te enterarás que a las cinco de la mañana está en la parada y que tiene cincuenta años trabajando sin descansar. ¡Ese es mi orgullo! ... bla bla bla bla bla ...

Tú sólo sonríe. No arriesgues otro gesto. Ni siquiera asientas. Vuelve a mirar al frente y trata de cerrar los ojos. Si ella vuelve a tocarte, mírala y reanuda la sonrisa.

Te hará el parte de guerra: ¡Mataron a cinco!, es que ese barrio es candela. Sabrás que tiene una hija de veintidós que está en la universidad. Que su marido la dejó hace mucho y no pasa ni un centavo a los muchachos. Contará su afición por Rocío Durcal y de cómo la vio en Sábado Sensacional ... bla bla bla bla bla...

Rétala. Disponte a ignorarla. Verás que esta vez ni siquiera te dará tiempo de mirar al frente. El contacto ya no será un golpecito, sino una palmada decidida en el hombro.

Tratará de impresionarte: Estoy leyendo un libro bien bello. Me encanta leer novelas de amor. Ay, es que yo soy romántica. Y se pondrá confidente: A mi edad me gustaría casarme de nuevo, una todavía, ¡tú sabes! Jajaja. Te enterarás de unos datos que le dieron para la lotería. El 22, el 222 y el 322. Ese, por si acaso. Y será solidaria: ¡Anótalos, mijo! ... ... ... ¡ESE ES EL PIE QUE ESPERABAS PARA ACTUAR!

Sonríele como un idiota mientras alargas la pausa ... ... ... Ella indagará en tus ojos, extrañada por qué no reaccionas ... ... ... Paulatinamente ve cambiando a la expresión de ¡Ah, claro! ... ... ... DE REPENTE ATACAS: rápidamente señala tus oídos y niega con el dedo índice. Después, pronunciando sólo las vocales “a” y “e” para acompañar gestos y lenguaje de manos, le explicas que no oyes nada. Es necesario que uses cara de apenado, como pidiendo perdón por ser sordo. ¡La mataste!

Comenzará a ponerse roja. Las lágrimas se acumularán en sus párpados pero no caerán, ella tratará de ser ecuánime para no herirte con su lástima, jejeje. Es posible que diga cualquier tontería en voz muy alta intentando que la escuches pero no siempre sucede así, la mayoría de las veces intentan disculparse balbuceando algo ininteligible y después desisten, avergonzados. Es importante que no dejes de verla durante todo el proceso con tu mejor cara de muchacho afligido.

A estas alturas, casi todos se habrán dado cuenta del asunto y la estarán observando con reproche. Ella pedirá la parada, aunque no le toque, y bajará rápidamente. Saboréalo. Mira a todos directo a los ojos, siempre es grato ver como bajan la mirada.

Cuando te toque bajar, no olvides pedir la parada con señas y sonidos de vocales. Un día a uno se le salió el En donde pueda, señor y le dieron una paliza por gracioso.

Practica.

¡Ah, y no tararees, mucho menos te muevas, con la música que suena en la radio!

La gente no es tan pendeja.

¿Cómo sobrevivir al Socialismo del Siglo XXI?

Camaradas, tienen un problema: el Camarada Presidente resultó ser un purista y no quiere que lo sigan en sus Hummers, sino en burritos y cuadrúpedos varios, cual Apóstoles tras Jesús. ¡Pero no entren en pánico! He elaborado un pequeño instructivo para sobrellevar esta crisis ideológica.

Debo señalar que este instructivo aplica sólo para los funcionarios públicos, bien sean ricos de cuna o nuevos ricos, pues la inmensa mayoría del pueblo no tiene nada qué temer... ni nada qué comer.

Comencemos:

Desde hace unos veinte años -minutos más, minutos menos- en China hemos comprendido la importancia de los bienes materiales. El ego, esa entidad tan negada por los budistas, debe ser acariciado constantemente y los objetos, a falta de ideas brillantes, cumplen a la perfección esa tarea. Pero hay un problema: así como acarician su ego, ofenden el del resto de sus compatriotas, convirtiéndolos en resentidos sociales. Entonces, ¿qué hacer? Pues tenga en mente esto: ¡La regla de oro es parecer pobre!, o como mínimo, clase media.

Siga estos simples 10 pasos para lograrlo:

1) Prepare un kit de supervivencia del ego: coloque en un bolsillo oculto de la ropa su reloj de oro, su collar de perlas, su anillo de diamantes, su iPod y todos esos objetos que suele comprarse cada vez que cobra una comisión. Recuerde que siempre podrá ir al baño y encerrarse a acariciarlos, contemplarlos o a escuchar un rato de mala música en el último gadget reproductor de MP4.

2) Mantenga siempre a la vista una bolsa de algún auto mercado revolucionario con unos pocos productos. Complemente el cuadro manteniendo sobre su escritorio los cesta tickets de rigor y una vianda para comida, no importa si está vacía.

3) Cargue siempre a la mano un boleto del metro. Estacione la Hummer a unas dos cuadras como mínimo de su lugar de trabajo. Llegue a su oficina a pie y asegúrese de que el boleto sobresalga en el bolsillo de su chaqueta. Recuerde: esto es de cara al público, no para sus compañeros de trabajo, quienes leerán este instructivo también. No se avergüence.

4) Apague su celular. ¿No querrá que lo vean atender llamadas personales en su trabajo y para colmo en un iPhone?

5) No ostente con la ropa, además es importante que recuerde tener siempre a la mano alguna prenda que lo identifique como un auténtico revolucionario. Cargue la ropa de marca en su Hummer, pero eso sí, úsela lejos de su centro de trabajo, por ejemplo, en la exclusiva urbanización en donde compró su último apartamento.

6) Asegúrese de tener a la mano y siempre visible algún periódico oficial o de izquierdas. Intente conseguir el Gramma de Cuba, eso sería más efectivo. No se preocupe, no es necesario que lo lea, no le estoy pidiendo que acabe con una vieja tradición de funcionario público, de modo que puede mantenerlo doblado sobre su escritorio y esconder dentro de él su revista de hípica, el último número de su revista favorita de farándula o bien el catálogo de Victoria Secret.

7) Si suele salir de copas, acostumbre a beber siempre en un mismo sitio. Esto tiene un fin práctico: hágase amigo de un mesonero. Si es usted fanático del whisky 21 años, asegúrese de darle instrucciones a este mesonero para que pasee su trago de 21 años en una bandeja en la que se encuentre una botella de whisky 12 años ¡y nacional! Es necesario que todos lo noten. Este método aplica para la cerveza, el vino, el ron y hasta el agua Perrier que acostumbra tomar.

8) Visite los centros comerciales sólo cuando tenga una buena excusa que dar si lo sorprenden. Un buen momento, por ejemplo, podría ser cuando vengan los jóvenes revolucionarios de todas partes del mundo a algún Congreso Internacional de Juventudes Socialistas, o a un Foro Social. Puede decir que fue a sacarlos de allí para que asistan a las ponencias y a aleccionarlos sobre un comportamiento tan capitalista.

9) Por lo que más quiera, usted TIENE QUE ESTAR al tanto de la programación del canal del Estado. Sabemos que es prácticamente imposible para usted dejar de ver SPN, pero hay una alternativa que puede tomar: así como contrata personas para cocinar, planchar, limpiar y diversas tareas del hogar, contrate a alguien para ver el canal del Estado y pídale que le entregue un resumen de la programación diaria. Asegúrese de que haga especial énfasis en las diversas emisiones del noticiero. Sería ideal si contrata a un profesional recién egresado, preferiblemente un Comunicador Social, de esta manera se asegura que los datos que recibirá son correctos y, de paso, alivia un poco las aceras de tantos buhoneros.

10) Sustituya la palabra "compañero" por la utilitaria "camarada". También es aconsejable el uso del verbo "socializar" cada vez que tenga que enviar un documento o compartir información. Ejemplo: Camarada mensajero, socialice esta circular en la que el camarada Ministro nos invita a la marcha de este sábado en contra del Imperialismo.

Como podrán ver, son sólo diez (10) simples pasos para asegurar su supervivencia en el cargo y no morir en el intento. Recuerde siempre que "en política, la forma es el fondo" y esto es aplicable a su vida como funcionario.

Espero que este pequeño instructivo les sea de ayuda. Ah, recuerde: es "Patria, Socialismo o Muerte". Deje la joda con el "Patria, Socialismo o Whisky", mire que se le puede salir un día.

Li Hung Cuang - Comité Central del Partido Comunista Chino

De caderas y vientres

Siente la leve descarga de la estática en la nuca. Los dedos rozan la piel investigando poros y ganas y ella, mujer de ganas constantes, los deja hacer, convencida como está, de que el cielo se alcanza con gemidos. Sara, que así se llama, nota los dedos deslizarse sin prisas. Redentores y golosos, lúdicos y expertos recorren su barbilla y sus orejas y premian una sonrisa nerviosa ingresando en su boca y tomando entre ellos con delicadeza de joyero la deliciosa lengua que se ofrece sin pudor. Al salir, juegan un poco con sus labios y se disponen a bajar, lubricados y felices, siguiendo la caída que desde su mentón conduce a la parte baja del cuello y desde allí, espera ella, a la región suave y aterciopelada entre sus senos. Su respiración se hace errática y agónicos gorjeos llenan la habitación provocando una atmósfera íntima y lasciva que aleja la hipócrita virtud de la decencia. Aquellos dedos milagros toman los botones de la blusa y deshacen uno a uno la prisión de los pechos. Liberados y urgidos, los pezones se hinchan y piden ser usados a placer y deja escapar un grito ahogado y profundo al sentir cómo índice y pulgar aprietan con ternura y lujuria a un tiempo. Sara comienza a danzar las caderas y siente placeres como ángeles cuando más dedos se deslizan lentamente hasta su vientre, dejando a los otros atrás, en el alminar de sus pechos. Hace calor y una gota de sudor resbala hasta el ombligo invitando a los nuevos dedos a chapotear en ella antes de seguir el inevitable camino hacia los pozos profundos de las ganas. Tensos los muslos, elevan su agradecido sexo que invita a la entrada dejando escapar líquidas perlas tibias y se prepara para ser feliz una vez más. Susurra un me gusta tanto mientras eleva y desciende rítmicamente sus caderas y navega el placer en círculos. Sara sonríe descarada y hermosa y su rostro iluminado es el de una diosa única y poderosa.

Una que no abre los ojos para no ver su soledad.

La palabra del señor

- Amigo vengo a ofrecerle la palabra del Señor.

¡Vamos!... hacía calor, estaba fastidiado y, seamos honestos, me encanta joder a los evangélicos. Yo soy así.

- ¿Perdón? – Levanté la cabeza de mi ejemplar de Urbe Bikini para ver al predicador, quien, como si de verdad hubiese sido enviado por Dios, observaba con talante indignado y prepotente, de lo más Moisés ante la adoración del Toro de Oro, las fotos de ese VERDADERO milagro del cielo que es Mónica Pasqualotto.

- La palabra del Señor. La puede usted leer en este ejemplar de...

- ¿Es como una guía, un manual, las instrucciones de mi mp3? - Interrumpí.

- Mejor. Es una vía para alcanzar el cielo.- Dijo con sonrisa de vendedor de seguros.

- ¡No me jodas!

Me levanté de un salto y tapé la boca del salvador de mi alma. Miré en todas direcciones y bajando la voz lo reprendí por imprudente: - ¡Eso es ilegal, pendejo! Además en esta plaza hay cámaras, micrófonos y espías por todas partes. ¿Ves aquella viejita? Esa caraja es agente de la DEA. ¿Pero qué pasa con ustedes? ¡Esto no es Ámsterdam, becerro. Esto es Caracas!

Nervioso, no, asustado, intentó recomponerse y recobrar algo de la dignidad inicial. Trató de señalar el ejemplar de Despertad, pero lo cubrí con las caderas de la Pascualotto y señalé a la viejita con la boca.

- Pero yo sólo quiero...

- ¡Cállate gafo! ¿El Señor no te enseñó técnicas para abordar a la gente? No puedes andar por allí ofreciendo esa vaina como si fuera una Biblia. ¿Qué tal si yo fuera un puritano evangélico y empiezo a gritar y a llamar a la policía? ¿Ah?

- ¡Pero usted no entiende!... Iba a ofrecerle...

- No digas nada. Yo entiendo, créeme. Seguro estás pelando bolas y quieres ponerte en unos reales fáciles y bueno, qué carajo, el señor es mi pastor, ¿ah? – Dije guiñándole un ojo.

Él estaba confundido y comenzaba a verme como a un loco peligroso.

- Es... mi... passs... tor... ¿Entiendes? Tú sabes: ¿pastor?... ¿mula?... Olvídalo.

Lo rodeé por los hombros y comencé a caminar con él alejándolo de allí. Tomé el ejemplar de Despertad sin apenas mirarlo, rápidamente, y lo puse dentro de la Urbe Bikini. Hay algo de Justicia Poética en eso, ¿no?

Una vez suficientemente alejados de la gente, me paré frente a él, a menos de 15 centímetros y lo emplacé:

- ¿A cómo el gramo? - Dije mirándolo fijo a los ojos y componiendo un gesto terrible, de esos en los que no sabes si están por asesinarte o jugarte una broma.

- ¿Cómo? No entiendo - Tragó saliva.

- ¡¿Que cuanto cuesta el gramo, muchacho marico?! – Dije agitando las revistas en mi mano.

- ¿Pero si no sé cuanto pesa?

- ¡Tú si eres pollo, mi pana! ¿También te tengo que enseñar? A ver, ¿qué más tienes en ese maletín? ¡Sólo dímelo, no lo abras!

- Bueno... esteeee. Tengo Despetad y Atalaya.- Dijo casi sollozando.

- ¿Atalaya? Ufff. Debe ser fuerte. ¿No tienes piedra? - Dije ansioso, simulando comer la uña de mi pulgar derecho y desarrollando un tic nervioso en el ojo mientras miraba, paranoico, en todas direcciones.

- ¡Contesta, pues! Piedra, ¿tienes piedra?.

- ¿Esa la hace quien? - Ya casi lloraba.

- ¡Mira, carajo! ¿A quién le robaste tú esta vaina que no sabes ni siquiera lo que llevas ni cómo se vende? - Dije tomando el maletín.

- ¡No señor yo no he robado a nadie! Yo...

- ¡Robaste al Señor! ¡Coño, le robaste al Señor!

El tipo entró en pánico y me empujó arrojándome al suelo mientras me arrebataba el maletín. Era justo lo que necesitaba. Comencé a gritar con fuerza mientras me incorporaba: Agárrenlo, agárrenlo, me robó el maletín y dos amables policías lo persiguieron listos para molerlo a palos. Ya saben, ¡son tan abnegados! Recuerda: el policía es tu amigo.

Me apresuré a bajar al metro. No me gusta meterme en esas cosas.

Regalé la revista a un niño que pasaba (¡la Despertad, degenerados, no la Urbe Bikini, yo soy un buen tipo!) y tomé el tren.

Sentado en un asiento para la tercera edad, miraba embelezado a la Pasqualotto.

Ummmm... voy a arder en el infierno.

¡¡¡Nah!!!.....

Mensaje en una botella

En estas tardes en que la lluvia entorpece los minutos. Estas tardes en que camino viejo y sabio sin notar el tiempo ni las vidrieras. En estas tardes en que te encuentro y me pregunto si es destino o similitud de horarios. En estas tardes en que la noche acude temprano a la cola del colectivo. En estas tardes en que espero no sé qué no sé cuando. Tardes sin presagios y de pocas plantas. Tardes deshabitadas y tardes. En estas tardes en que la muerte no me importa y la vida es un antojo solidario. En estas tardes en que lloré por canción ajena y reí por estupidez propia. Tardes tan cortas en mis respiros y tan largas en tus quehaceres. En estas tardes en que no pude evitarlo.

Te he estado preguntando.

No me gusta dar consejos

No me gusta dar consejos. En serio. La gente nunca hace lo que le digo y cuando lo hace, si las cosas salen mal, terminan por culparme de sus desgracias. No entienden que es sólo un consejo, no una orden. No me gusta dar consejos.

Citaré un ejemplo reciente: Rebeca. Rebeca es morena, alta, está más buena que Chiquinquirá Delgado y es más inteligente que Stephen Hawking. Le sobra el dinero y, por supuesto, le sobran los pretendientes. Pero tiene un defecto terrible: es insegura. ¿Pueden entender esto?: Está graduada en Matemáticas en la Simón Bolívar y tiene un Doctorado del MIT en Topología, y le avergüenza decirlo porque siente que espanta a los hombres... ¡pero no se pone hilos dentales porque envío el mensaje equivocado, Miguel! Por supuesto, jamás pregunto cual es el mensaje correcto, ya estoy muy viejo para eso.

No me gusta dar consejos. De modo que aquella tarde en que Rebeca llamó para invitarme unos tragos sentí cómo la tensión me aplastaba. Amigui es que necesito consultarte algo, dijo. Yo traté de inventar una excusa creíble y amable pero ella cortó el asunto por lo sano: No acepto un no por respuesta, amigui. Además, ya estoy estacionada en frente. Baja. La vi desde el balcón en su descapotable y maldije por lo bajo mi mala suerte. Coño, Beca, no me gusta dar consejos. Escuché una carcajada y el típico ¡ay, tú si eres ocurrente! Bajé, claro.

Instalados en el bar de costumbre, en la mesa de costumbre, comencé con la protesta de costumbre: Coño, Beca, no me gusta dar consejos, y apuré el trago de tequila en un solo envión. ¡Ay, Miguel, los amigos son para apoyarse, vale! Necesito tu sabiduría, ¿sabes? No me dejes sola en esto, remató la frase tomando una gran bocanada de aire que, inevitablemente, elevó hasta el empíreo esas maravillas arquitectónicas que son sus senos. Me serví de la botella otro trago y lo bajé de una. Está bien, pero no te pongas así, dije temblando. Tranquilo, hoy no estoy tan triste, ayer... No, interrumpí, que no te sientes así, erguida, me pones nervioso, dije mirando a otro sitio. Carcajadas y de nuevo ¡ay, tú si eres ocurrente!

Bien, allí estaba yo, cerca, muy cerca del coeficiente intelectual más elevado y mejor dotado de piel en todo el planeta a punto de traicionar, una vez más, mis principios: ¡coño, que no me gusta dar consejos!

Mira, estoy en una disyuntiva: me ofrecen un trabajo de investigación en mi área en la Universidad de Helsinki, bien remunerado y muy interesante y, por otro lado, estoy enamorada... ¿Qué hago? Su índice pasó del trago a la boca y lo dejó allí un rato mientras esperaba, jugueteando con él, concentrada como un felino, por mi respuesta.

¿Tienes algo con el tipo?, dije con un hilo de voz. No, ni siquiera sabe que lo amo, aseguró sonrojándose. ¿Y él te ha dicho algo, es decir, te corteja? ¡Eh, eh, eh! ¡No me vengas con tu “es que me quiere llevar a la cama”! Ya te explicado que seguramente es así, pero que no es sólo eso y además no tiene nada de malo, dije aleccionador y tratando de hacer lo mejor por mi amiga.

Mira, no importa lo que yo haga, él me ignora. Como mujer, quiero decir. Hablamos y esas cosas, pero no me para en lo más mínimo. Estaba triste, Beca, y eso no puedo soportarlo... tampoco el escote, de modo que traté de ser lo más ecuánime posible. Bueno, Beca, ¿por qué no haces avances tú? Dile que te gusta, que si él quiere te quedas o te vas con él, qué se yo. Tal vez el tipo es tímido. Imaginé a mi amiga rodeada por colegas rubitos en Helsinki y entristecí un poco. Tan lejos Helsinki, coño. ¿Cuanto costará un pasaje?, pensé.

¡Pero si he hecho de todo, Miguel! Soy especial con él, vivo pendiente de sus cosas, me visto coqueta para él... bueno, he agotado todos los recursos. No sé. No, si sé. No le gusto, eso es todo, dijo suspirando. ¿No será gay?, inquirí, después de todo, parece lo más lógico, dada las circunstancias: ¡aquél mujerón! No, vale, para nada. Yo le he conocido varias novias. Bueno, creo que la conclusión es obvia, ¿verdad? ¿Debo irme?

Mira, Beca, ese tipo es un güevón. Lo que sucede es que tiene miedo de tu inteligencia, porque es imposible que no le gustes. ¡Sólo mírate! Eres bella, inteligente, simpática y dulce. ¡Coño, ¿qué más se puede pedir?! Olvídalo. Ese seguro es un patán que quiere una mujer sumisa y entregada a él, de esas que dicen ¿papi tú me quieres? cuando le traen el cafecito a la mesa. Olvídalo, ¿si? No te merece. Ve a hacer tu vida en Helsinki y llénate de éxitos.

No me gusta dar consejos. Por eso cuando Beca me envió aquel email desde la lejana Finlandia, la desazón se pegó a mi pecho como un percebe drogado. Lo leí miles de veces aferrado a mi botella de vodka y maldije mil veces aquella traición a mis principios:

Querido, Migue... no sabes lo triste que me sentí aquella tarde en que te dejé en ese miserable hueco en que habitas y salí a casa a hacer maletas para largarme. No entiendo por qué no me quisiste nunca. ¿Coño, no me deseabas ni siquiera un poco? Me hubiese quedado con gusto. Hubiese mandado al carajo cualquier proyecto con tal de estar contigo. ¿Crees que soy feliz en este trabajo? ¡Si ni siquiera me gustan las matemáticas! ¡Eres un estúpido arrogante! ¡Qué poco hombre resultaste: aquella tarde intenté provocarte de todas las maneras posibles y ni siquiera te excitaste conmigo! Me das lástima. Cualquier otro hubiese tenido solidaridad de amigo y me hubiese dado el placer que necesitaba sentir y que pedía con todo mi cuerpo. Cualquier otro, pero tu eres Miguel el Imperturbable.

Hace tanto frío en Helsinki... y estos finlandeses de mierda no saben darle calor a una mujer.

No contestes este mail. No pienso leer lo que escribas y no me comunicaré más contigo. Ya sabes que soy mujer de una sola palabra.

Tú te lo pierdes. Adiós

Beca.


Hubo un piadoso silencio de los amigos, mientras miraban a Miguel con los ojos perdidos en el mail impreso.

-Coño. No me gusta dar consejos, dijo apurando un trago.

-Mira, Miguel, déjame darte...

Shhhhh!, interrumpió. Tampoco me gusta escucharlos.

Tan lejos Helsinki, coño, pensó.

Mínima respuesta

Será
cuando te floten ángeles
a dos o tres palmos de la cara
y el sopor de las tardes de octubre
te obligue a refugiarte en los recuerdos
cuando te llueva de a poquito
y se te hagan trizas el corazón y el tiempo
cuando vayas a caballo por el cielo
como quien nace a media mañana
sin permiso de notarios y sin remedios
que de nada valen cielo
ni milagros
sin palabras de amigos
y sin amantes ciegos

cuando vayas de la mano de un extraño
y sonrían las cigarras y los perros
cuando respires brillantes voces
y no escuches consignas ni estandartes
y pases por pasar por la vida
y bebas vino de la botella
y fumes porros
y cantes

cuando desnudes de paciencia la piel
y mudes lo que sabes a la trastienda
cuando preguntes por fulano
y mengano te responda con un beso
cuando mires sobre tu hombro
y detrás esté ese rostro que presientes
o que sientes
qué más da

entonces será

7 de abril de 2009

Sutra urgente del porsiacaso

Cuando me arroje a las fauces de los vientos
y pronuncie los mil nombres
que aseguran tienes en tus sienes
verás la calma de mi risa
y no habrá paz para tu sueño
ni refugio para tus pasos
que tus pasos
baratos y necios
ni me siguen ni me atormentan

y tus manos serán de cera
inoperantes astrolabios sin destino
y tu voz no tronará sus truenos
ni habrá halcones en los cielos

no
no habrá nada

qué descanso entrar silbando en la noche
sin el lastre del miedo
y sin culpas
sólo uno más que vivió el mundo
como accidente afortunado
pergamino escrito
y luego borrado
por la inocente mano del tiempo

y será mínimo y simple el balance
del homínido cotidiano
amé soñé perdí
encontré
tuve asombros

mientras fui un hombre
fui feliz

y volveré
pues volverán sus ojos
esos asombros