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9 de abril de 2009

Útiles teologías orientales

No recuerdo qué físico teórico, el profesional más cercano al taumaturgo, concluyó (después de fumar mucha matemática y uno que otro texto religioso) que el universo no estaba creado aún, sino que estaba siendo pensado por Dios... o algo así.

La primera vez que leí eso se me erizó la piel. Un ataque de pánico, seguido de una depresión profunda, me postraron en cama durante semanas. No quería salir a la calle. Si veía una de esas malísimas telenovelas mexicanas arrancaba a llorar aterrado. En una oportunidad, sonaba en la radio El baile de la niña y en un arranque de inmenso dolor me corté las venas. Mi novia llamó una ambulancia. Me salvaron de vaina.

De vuelta en casa, me consolaba acunándome entre sus brazos y preguntó: ¿Por qué te afecta tanto esa canción? ¡No es la canción, Coño, Dios es un mediocre! ¿No te asusta eso? Grité. Le conté sobre la teoría en cuestión y ella, más inteligente que yo, me dejó. No sin antes aclarar que eres un idiota.

Piensen en esto: de repente, este tipo me decía que Ismael García, la avenida Baralt, el baile de la niña, Pablo Coelho, Gigantísimo, los Tiburones de la Guaira, el Miss Venezuela, todo, ¡absolutamente TODO lo mediocre que existió, existe y existirá estaba siendo pensado por Él! Y conste que hablo de Lo Mediocre, no hablo del Mal porque, qué duda cabe, esa SI debe ser una potencia divina. De modo que lo mediocre no era culpa de la limitación humana, después de todo, sino una limitación de Dios. De un dios de medio pelo, pues.

Examiné mi propia mediocridad y me hundí en la miseria de no ser dueño ni siquiera de eso. Mi siquiatra trató de argumentar que no pensaba en Da Vinci, Borges, Einstein, Ramos Sucre, Oscar D'León. Allí no hay mediocridad por ninguna parte, dijo. Si, pero si Dios puede pensar mediocre, ¡es mediocre papá! Freud pudo haberse equivocado en algunas cosas, doctor, pero mediocridades no hizo. El tipo se tragó un Tafil y me sacó a empujones del consultorio.

Pero un día el pánico pasó. Justo cuando iba a saltar a los rieles del metro, a mi lado se detuvo un monje budista. ¿Por qué quieres saltar? Le conté todo, con detalles y razonamientos, del físico, no míos desde luego. ¡Ah, eso!, dijo. Después citó a Buda:

En el vació no hay forma, sensación, idea, volición, conciencia. No hay ojos ni oídos, ni nariz ni lengua, ni cuerpo ni espíritu. No hay color ni sonido, ni sabor ni contacto ni elementos. En el vacío no hay ignorancia ni conocimiento, ni tampoco cesación de la ignorancia. No hay ni dolor ni miseria, ni obstáculo ni camino. No hay vejez ni muerte. En el vacío no hay CONOCIMIENTO ni obtención del Conocimiento*.

... y creo que entendí.

* Buda en Sâriputra

Bodhisattva

Sabes que estás jodidamente solo cuando sustituyes las fantasías sexuales por escenas cotidianas de desayuno y buenos días, por abrazos tibios en la mañana, o por la caricia leve en un vientre que, irremediablemente, no encuentras a tu lado.

Entristeces un poco, pero después la ducha lava nostalgias y desarraigo y te preparas para estar. Tan solo eso, estar, que ya es mucho decir en estos días. Pero ocurre que debes salir a la calle, sitio en el que, lo sabes, millones de personas deambulan jodidamente solas, como tú, pero lo disimulan mejor. O se mienten, técnica incuestionablemente buena para negar la miseria propia.

Comienzas entonces a ver cientos de libros de autoayuda en manos de gerentes, secretarias, profesores, estudiantes, sacerdotes, militares, chóferes, niños, jóvenes, adultos y viejos. Gente de todas las razas y credos con manuales para la felicidad que no los hace felices... ¿o si?

Entonces la duda te corroe y como eres un lector compulsivo, entras en un local de la vieja Nueva Era y arrasas con los Coelhos, los Osho, los PNL, los Inteligencia Emocional, los Weiss. Compras horóscopos, tarots, cuarzos y amatistas. Cargas con incienso y pirámides, yins y yans, mandalas y otras sabidurías antiguas, perdón, ancestrales, que tiene un je ne sais quoi antropológico. Y te decides a creer.

Pasados los meses, tu apartamento apesta a sándalo, tu presupuesto está decaído y la vida aún no tiene sentido. Sólo la idea de la muerte te parece buena. No sientes miedo ni aprehensión al respecto. De hecho, ni siquiera piensas en suicidarte, es sólo que le darías las gracias a quien te pegue un tiro. Y te dices, estoy mal, debe haber una respuesta.

Así que decidí entonces escuchar, una vez más, al sabio monje budista que siempre tiene respuestas. Aunque después de un tiempo, siga tan occidental como de costumbre y mande al carajo sus consejos.

Santidad, ¿donde puedo encontrar la felicidad?, pregunté mientras caminaba a su lado por el bulevar. Si te lo he dicho miles de veces. Sólo en el vacío del nirvana, dijo con esa sonrisa calmada y hermosa de quien está en paz. No pude ocultar mi ansiedad. Si bueno, eso, eeeh, eso lo sé. Pero digamos que no puedo esperar a morir y... Me interrumpió y señaló con el dedo una farmacia: Entonces ve allí, dijo sonriéndome, satisfecho de poder ayudarme.

Pero es obvio que mi cara debía parecer una enorme interrogante con orejas, pues él cambió la sonrisa por un gesto de resignación y entornando los ojos agregó: ¡Se llama Prozac, hijo!, y se alejó lentamente.

- ¿Qué tal?

- ¡Coño, Miguel, esos carajos se las saben todas! Imagino que ahora si le vas a parar bolas, ¿no?

- A pues, dúdalo. ¡Salud!.- Chocaron las cervezas.

Miguel seguía atento con la mirada a la morena de largas piernas y sonrisa pícara.

Utilitario I

Suelo fingir que soy sordo. Es muy bueno para evitar que la gente te acorrale contándote vainas que no te interesan, menos aún si se trata de extraños. He llegado a depurar la técnica hacia dos variantes: una consiste en evitar de entrada la conversación.

Por ejemplo, si vas a montarte en el autobús, te aseguras de preguntarle con señas al conductor una dirección cualquiera. Haz que todos lo noten. Desde ese momento te ganas la compasión de los pasajeros, nadie te aburre y, de paso, te diviertes viendo sus esfuerzos por ayudarte.

La otra... ¡ay, mi Dios, LA OTRA!

Digamos que entraste al autobús y no hiciste lo anterior. Estás sentado y con los ojos cerrados te imaginas en una playa desierta. Repentinamente, la señora a tu lado comienza a hablarte. ¡NO LE PRESTES ATENCIÓN, NO ABRAS TUS OJOS! Veamos hasta donde es capaz de llegar. Ella llamará tu atención con golpecitos en el hombro. Bien, voltea y sonríele. Usa tu sonrisa de buen ciudadano.

Dirá que el calor hace que se le baje la tensión y que las piernas se le ponen como berenjenas por las varices cuando no le dan un asiento. Es que ya no hay caballeros. Ah, y te enterarás que a las cinco de la mañana está en la parada y que tiene cincuenta años trabajando sin descansar. ¡Ese es mi orgullo! ... bla bla bla bla bla ...

Tú sólo sonríe. No arriesgues otro gesto. Ni siquiera asientas. Vuelve a mirar al frente y trata de cerrar los ojos. Si ella vuelve a tocarte, mírala y reanuda la sonrisa.

Te hará el parte de guerra: ¡Mataron a cinco!, es que ese barrio es candela. Sabrás que tiene una hija de veintidós que está en la universidad. Que su marido la dejó hace mucho y no pasa ni un centavo a los muchachos. Contará su afición por Rocío Durcal y de cómo la vio en Sábado Sensacional ... bla bla bla bla bla...

Rétala. Disponte a ignorarla. Verás que esta vez ni siquiera te dará tiempo de mirar al frente. El contacto ya no será un golpecito, sino una palmada decidida en el hombro.

Tratará de impresionarte: Estoy leyendo un libro bien bello. Me encanta leer novelas de amor. Ay, es que yo soy romántica. Y se pondrá confidente: A mi edad me gustaría casarme de nuevo, una todavía, ¡tú sabes! Jajaja. Te enterarás de unos datos que le dieron para la lotería. El 22, el 222 y el 322. Ese, por si acaso. Y será solidaria: ¡Anótalos, mijo! ... ... ... ¡ESE ES EL PIE QUE ESPERABAS PARA ACTUAR!

Sonríele como un idiota mientras alargas la pausa ... ... ... Ella indagará en tus ojos, extrañada por qué no reaccionas ... ... ... Paulatinamente ve cambiando a la expresión de ¡Ah, claro! ... ... ... DE REPENTE ATACAS: rápidamente señala tus oídos y niega con el dedo índice. Después, pronunciando sólo las vocales “a” y “e” para acompañar gestos y lenguaje de manos, le explicas que no oyes nada. Es necesario que uses cara de apenado, como pidiendo perdón por ser sordo. ¡La mataste!

Comenzará a ponerse roja. Las lágrimas se acumularán en sus párpados pero no caerán, ella tratará de ser ecuánime para no herirte con su lástima, jejeje. Es posible que diga cualquier tontería en voz muy alta intentando que la escuches pero no siempre sucede así, la mayoría de las veces intentan disculparse balbuceando algo ininteligible y después desisten, avergonzados. Es importante que no dejes de verla durante todo el proceso con tu mejor cara de muchacho afligido.

A estas alturas, casi todos se habrán dado cuenta del asunto y la estarán observando con reproche. Ella pedirá la parada, aunque no le toque, y bajará rápidamente. Saboréalo. Mira a todos directo a los ojos, siempre es grato ver como bajan la mirada.

Cuando te toque bajar, no olvides pedir la parada con señas y sonidos de vocales. Un día a uno se le salió el En donde pueda, señor y le dieron una paliza por gracioso.

Practica.

¡Ah, y no tararees, mucho menos te muevas, con la música que suena en la radio!

La gente no es tan pendeja.

¿Cómo sobrevivir al Socialismo del Siglo XXI?

Camaradas, tienen un problema: el Camarada Presidente resultó ser un purista y no quiere que lo sigan en sus Hummers, sino en burritos y cuadrúpedos varios, cual Apóstoles tras Jesús. ¡Pero no entren en pánico! He elaborado un pequeño instructivo para sobrellevar esta crisis ideológica.

Debo señalar que este instructivo aplica sólo para los funcionarios públicos, bien sean ricos de cuna o nuevos ricos, pues la inmensa mayoría del pueblo no tiene nada qué temer... ni nada qué comer.

Comencemos:

Desde hace unos veinte años -minutos más, minutos menos- en China hemos comprendido la importancia de los bienes materiales. El ego, esa entidad tan negada por los budistas, debe ser acariciado constantemente y los objetos, a falta de ideas brillantes, cumplen a la perfección esa tarea. Pero hay un problema: así como acarician su ego, ofenden el del resto de sus compatriotas, convirtiéndolos en resentidos sociales. Entonces, ¿qué hacer? Pues tenga en mente esto: ¡La regla de oro es parecer pobre!, o como mínimo, clase media.

Siga estos simples 10 pasos para lograrlo:

1) Prepare un kit de supervivencia del ego: coloque en un bolsillo oculto de la ropa su reloj de oro, su collar de perlas, su anillo de diamantes, su iPod y todos esos objetos que suele comprarse cada vez que cobra una comisión. Recuerde que siempre podrá ir al baño y encerrarse a acariciarlos, contemplarlos o a escuchar un rato de mala música en el último gadget reproductor de MP4.

2) Mantenga siempre a la vista una bolsa de algún auto mercado revolucionario con unos pocos productos. Complemente el cuadro manteniendo sobre su escritorio los cesta tickets de rigor y una vianda para comida, no importa si está vacía.

3) Cargue siempre a la mano un boleto del metro. Estacione la Hummer a unas dos cuadras como mínimo de su lugar de trabajo. Llegue a su oficina a pie y asegúrese de que el boleto sobresalga en el bolsillo de su chaqueta. Recuerde: esto es de cara al público, no para sus compañeros de trabajo, quienes leerán este instructivo también. No se avergüence.

4) Apague su celular. ¿No querrá que lo vean atender llamadas personales en su trabajo y para colmo en un iPhone?

5) No ostente con la ropa, además es importante que recuerde tener siempre a la mano alguna prenda que lo identifique como un auténtico revolucionario. Cargue la ropa de marca en su Hummer, pero eso sí, úsela lejos de su centro de trabajo, por ejemplo, en la exclusiva urbanización en donde compró su último apartamento.

6) Asegúrese de tener a la mano y siempre visible algún periódico oficial o de izquierdas. Intente conseguir el Gramma de Cuba, eso sería más efectivo. No se preocupe, no es necesario que lo lea, no le estoy pidiendo que acabe con una vieja tradición de funcionario público, de modo que puede mantenerlo doblado sobre su escritorio y esconder dentro de él su revista de hípica, el último número de su revista favorita de farándula o bien el catálogo de Victoria Secret.

7) Si suele salir de copas, acostumbre a beber siempre en un mismo sitio. Esto tiene un fin práctico: hágase amigo de un mesonero. Si es usted fanático del whisky 21 años, asegúrese de darle instrucciones a este mesonero para que pasee su trago de 21 años en una bandeja en la que se encuentre una botella de whisky 12 años ¡y nacional! Es necesario que todos lo noten. Este método aplica para la cerveza, el vino, el ron y hasta el agua Perrier que acostumbra tomar.

8) Visite los centros comerciales sólo cuando tenga una buena excusa que dar si lo sorprenden. Un buen momento, por ejemplo, podría ser cuando vengan los jóvenes revolucionarios de todas partes del mundo a algún Congreso Internacional de Juventudes Socialistas, o a un Foro Social. Puede decir que fue a sacarlos de allí para que asistan a las ponencias y a aleccionarlos sobre un comportamiento tan capitalista.

9) Por lo que más quiera, usted TIENE QUE ESTAR al tanto de la programación del canal del Estado. Sabemos que es prácticamente imposible para usted dejar de ver SPN, pero hay una alternativa que puede tomar: así como contrata personas para cocinar, planchar, limpiar y diversas tareas del hogar, contrate a alguien para ver el canal del Estado y pídale que le entregue un resumen de la programación diaria. Asegúrese de que haga especial énfasis en las diversas emisiones del noticiero. Sería ideal si contrata a un profesional recién egresado, preferiblemente un Comunicador Social, de esta manera se asegura que los datos que recibirá son correctos y, de paso, alivia un poco las aceras de tantos buhoneros.

10) Sustituya la palabra "compañero" por la utilitaria "camarada". También es aconsejable el uso del verbo "socializar" cada vez que tenga que enviar un documento o compartir información. Ejemplo: Camarada mensajero, socialice esta circular en la que el camarada Ministro nos invita a la marcha de este sábado en contra del Imperialismo.

Como podrán ver, son sólo diez (10) simples pasos para asegurar su supervivencia en el cargo y no morir en el intento. Recuerde siempre que "en política, la forma es el fondo" y esto es aplicable a su vida como funcionario.

Espero que este pequeño instructivo les sea de ayuda. Ah, recuerde: es "Patria, Socialismo o Muerte". Deje la joda con el "Patria, Socialismo o Whisky", mire que se le puede salir un día.

Li Hung Cuang - Comité Central del Partido Comunista Chino

La palabra del señor

- Amigo vengo a ofrecerle la palabra del Señor.

¡Vamos!... hacía calor, estaba fastidiado y, seamos honestos, me encanta joder a los evangélicos. Yo soy así.

- ¿Perdón? – Levanté la cabeza de mi ejemplar de Urbe Bikini para ver al predicador, quien, como si de verdad hubiese sido enviado por Dios, observaba con talante indignado y prepotente, de lo más Moisés ante la adoración del Toro de Oro, las fotos de ese VERDADERO milagro del cielo que es Mónica Pasqualotto.

- La palabra del Señor. La puede usted leer en este ejemplar de...

- ¿Es como una guía, un manual, las instrucciones de mi mp3? - Interrumpí.

- Mejor. Es una vía para alcanzar el cielo.- Dijo con sonrisa de vendedor de seguros.

- ¡No me jodas!

Me levanté de un salto y tapé la boca del salvador de mi alma. Miré en todas direcciones y bajando la voz lo reprendí por imprudente: - ¡Eso es ilegal, pendejo! Además en esta plaza hay cámaras, micrófonos y espías por todas partes. ¿Ves aquella viejita? Esa caraja es agente de la DEA. ¿Pero qué pasa con ustedes? ¡Esto no es Ámsterdam, becerro. Esto es Caracas!

Nervioso, no, asustado, intentó recomponerse y recobrar algo de la dignidad inicial. Trató de señalar el ejemplar de Despertad, pero lo cubrí con las caderas de la Pascualotto y señalé a la viejita con la boca.

- Pero yo sólo quiero...

- ¡Cállate gafo! ¿El Señor no te enseñó técnicas para abordar a la gente? No puedes andar por allí ofreciendo esa vaina como si fuera una Biblia. ¿Qué tal si yo fuera un puritano evangélico y empiezo a gritar y a llamar a la policía? ¿Ah?

- ¡Pero usted no entiende!... Iba a ofrecerle...

- No digas nada. Yo entiendo, créeme. Seguro estás pelando bolas y quieres ponerte en unos reales fáciles y bueno, qué carajo, el señor es mi pastor, ¿ah? – Dije guiñándole un ojo.

Él estaba confundido y comenzaba a verme como a un loco peligroso.

- Es... mi... passs... tor... ¿Entiendes? Tú sabes: ¿pastor?... ¿mula?... Olvídalo.

Lo rodeé por los hombros y comencé a caminar con él alejándolo de allí. Tomé el ejemplar de Despertad sin apenas mirarlo, rápidamente, y lo puse dentro de la Urbe Bikini. Hay algo de Justicia Poética en eso, ¿no?

Una vez suficientemente alejados de la gente, me paré frente a él, a menos de 15 centímetros y lo emplacé:

- ¿A cómo el gramo? - Dije mirándolo fijo a los ojos y componiendo un gesto terrible, de esos en los que no sabes si están por asesinarte o jugarte una broma.

- ¿Cómo? No entiendo - Tragó saliva.

- ¡¿Que cuanto cuesta el gramo, muchacho marico?! – Dije agitando las revistas en mi mano.

- ¿Pero si no sé cuanto pesa?

- ¡Tú si eres pollo, mi pana! ¿También te tengo que enseñar? A ver, ¿qué más tienes en ese maletín? ¡Sólo dímelo, no lo abras!

- Bueno... esteeee. Tengo Despetad y Atalaya.- Dijo casi sollozando.

- ¿Atalaya? Ufff. Debe ser fuerte. ¿No tienes piedra? - Dije ansioso, simulando comer la uña de mi pulgar derecho y desarrollando un tic nervioso en el ojo mientras miraba, paranoico, en todas direcciones.

- ¡Contesta, pues! Piedra, ¿tienes piedra?.

- ¿Esa la hace quien? - Ya casi lloraba.

- ¡Mira, carajo! ¿A quién le robaste tú esta vaina que no sabes ni siquiera lo que llevas ni cómo se vende? - Dije tomando el maletín.

- ¡No señor yo no he robado a nadie! Yo...

- ¡Robaste al Señor! ¡Coño, le robaste al Señor!

El tipo entró en pánico y me empujó arrojándome al suelo mientras me arrebataba el maletín. Era justo lo que necesitaba. Comencé a gritar con fuerza mientras me incorporaba: Agárrenlo, agárrenlo, me robó el maletín y dos amables policías lo persiguieron listos para molerlo a palos. Ya saben, ¡son tan abnegados! Recuerda: el policía es tu amigo.

Me apresuré a bajar al metro. No me gusta meterme en esas cosas.

Regalé la revista a un niño que pasaba (¡la Despertad, degenerados, no la Urbe Bikini, yo soy un buen tipo!) y tomé el tren.

Sentado en un asiento para la tercera edad, miraba embelezado a la Pasqualotto.

Ummmm... voy a arder en el infierno.

¡¡¡Nah!!!.....

No me gusta dar consejos

No me gusta dar consejos. En serio. La gente nunca hace lo que le digo y cuando lo hace, si las cosas salen mal, terminan por culparme de sus desgracias. No entienden que es sólo un consejo, no una orden. No me gusta dar consejos.

Citaré un ejemplo reciente: Rebeca. Rebeca es morena, alta, está más buena que Chiquinquirá Delgado y es más inteligente que Stephen Hawking. Le sobra el dinero y, por supuesto, le sobran los pretendientes. Pero tiene un defecto terrible: es insegura. ¿Pueden entender esto?: Está graduada en Matemáticas en la Simón Bolívar y tiene un Doctorado del MIT en Topología, y le avergüenza decirlo porque siente que espanta a los hombres... ¡pero no se pone hilos dentales porque envío el mensaje equivocado, Miguel! Por supuesto, jamás pregunto cual es el mensaje correcto, ya estoy muy viejo para eso.

No me gusta dar consejos. De modo que aquella tarde en que Rebeca llamó para invitarme unos tragos sentí cómo la tensión me aplastaba. Amigui es que necesito consultarte algo, dijo. Yo traté de inventar una excusa creíble y amable pero ella cortó el asunto por lo sano: No acepto un no por respuesta, amigui. Además, ya estoy estacionada en frente. Baja. La vi desde el balcón en su descapotable y maldije por lo bajo mi mala suerte. Coño, Beca, no me gusta dar consejos. Escuché una carcajada y el típico ¡ay, tú si eres ocurrente! Bajé, claro.

Instalados en el bar de costumbre, en la mesa de costumbre, comencé con la protesta de costumbre: Coño, Beca, no me gusta dar consejos, y apuré el trago de tequila en un solo envión. ¡Ay, Miguel, los amigos son para apoyarse, vale! Necesito tu sabiduría, ¿sabes? No me dejes sola en esto, remató la frase tomando una gran bocanada de aire que, inevitablemente, elevó hasta el empíreo esas maravillas arquitectónicas que son sus senos. Me serví de la botella otro trago y lo bajé de una. Está bien, pero no te pongas así, dije temblando. Tranquilo, hoy no estoy tan triste, ayer... No, interrumpí, que no te sientes así, erguida, me pones nervioso, dije mirando a otro sitio. Carcajadas y de nuevo ¡ay, tú si eres ocurrente!

Bien, allí estaba yo, cerca, muy cerca del coeficiente intelectual más elevado y mejor dotado de piel en todo el planeta a punto de traicionar, una vez más, mis principios: ¡coño, que no me gusta dar consejos!

Mira, estoy en una disyuntiva: me ofrecen un trabajo de investigación en mi área en la Universidad de Helsinki, bien remunerado y muy interesante y, por otro lado, estoy enamorada... ¿Qué hago? Su índice pasó del trago a la boca y lo dejó allí un rato mientras esperaba, jugueteando con él, concentrada como un felino, por mi respuesta.

¿Tienes algo con el tipo?, dije con un hilo de voz. No, ni siquiera sabe que lo amo, aseguró sonrojándose. ¿Y él te ha dicho algo, es decir, te corteja? ¡Eh, eh, eh! ¡No me vengas con tu “es que me quiere llevar a la cama”! Ya te explicado que seguramente es así, pero que no es sólo eso y además no tiene nada de malo, dije aleccionador y tratando de hacer lo mejor por mi amiga.

Mira, no importa lo que yo haga, él me ignora. Como mujer, quiero decir. Hablamos y esas cosas, pero no me para en lo más mínimo. Estaba triste, Beca, y eso no puedo soportarlo... tampoco el escote, de modo que traté de ser lo más ecuánime posible. Bueno, Beca, ¿por qué no haces avances tú? Dile que te gusta, que si él quiere te quedas o te vas con él, qué se yo. Tal vez el tipo es tímido. Imaginé a mi amiga rodeada por colegas rubitos en Helsinki y entristecí un poco. Tan lejos Helsinki, coño. ¿Cuanto costará un pasaje?, pensé.

¡Pero si he hecho de todo, Miguel! Soy especial con él, vivo pendiente de sus cosas, me visto coqueta para él... bueno, he agotado todos los recursos. No sé. No, si sé. No le gusto, eso es todo, dijo suspirando. ¿No será gay?, inquirí, después de todo, parece lo más lógico, dada las circunstancias: ¡aquél mujerón! No, vale, para nada. Yo le he conocido varias novias. Bueno, creo que la conclusión es obvia, ¿verdad? ¿Debo irme?

Mira, Beca, ese tipo es un güevón. Lo que sucede es que tiene miedo de tu inteligencia, porque es imposible que no le gustes. ¡Sólo mírate! Eres bella, inteligente, simpática y dulce. ¡Coño, ¿qué más se puede pedir?! Olvídalo. Ese seguro es un patán que quiere una mujer sumisa y entregada a él, de esas que dicen ¿papi tú me quieres? cuando le traen el cafecito a la mesa. Olvídalo, ¿si? No te merece. Ve a hacer tu vida en Helsinki y llénate de éxitos.

No me gusta dar consejos. Por eso cuando Beca me envió aquel email desde la lejana Finlandia, la desazón se pegó a mi pecho como un percebe drogado. Lo leí miles de veces aferrado a mi botella de vodka y maldije mil veces aquella traición a mis principios:

Querido, Migue... no sabes lo triste que me sentí aquella tarde en que te dejé en ese miserable hueco en que habitas y salí a casa a hacer maletas para largarme. No entiendo por qué no me quisiste nunca. ¿Coño, no me deseabas ni siquiera un poco? Me hubiese quedado con gusto. Hubiese mandado al carajo cualquier proyecto con tal de estar contigo. ¿Crees que soy feliz en este trabajo? ¡Si ni siquiera me gustan las matemáticas! ¡Eres un estúpido arrogante! ¡Qué poco hombre resultaste: aquella tarde intenté provocarte de todas las maneras posibles y ni siquiera te excitaste conmigo! Me das lástima. Cualquier otro hubiese tenido solidaridad de amigo y me hubiese dado el placer que necesitaba sentir y que pedía con todo mi cuerpo. Cualquier otro, pero tu eres Miguel el Imperturbable.

Hace tanto frío en Helsinki... y estos finlandeses de mierda no saben darle calor a una mujer.

No contestes este mail. No pienso leer lo que escribas y no me comunicaré más contigo. Ya sabes que soy mujer de una sola palabra.

Tú te lo pierdes. Adiós

Beca.


Hubo un piadoso silencio de los amigos, mientras miraban a Miguel con los ojos perdidos en el mail impreso.

-Coño. No me gusta dar consejos, dijo apurando un trago.

-Mira, Miguel, déjame darte...

Shhhhh!, interrumpió. Tampoco me gusta escucharlos.

Tan lejos Helsinki, coño, pensó.