- Amigo vengo a ofrecerle la palabra del Señor.
¡Vamos!... hacía calor, estaba fastidiado y, seamos honestos, me encanta joder a los evangélicos. Yo soy así.
- ¿Perdón? – Levanté la cabeza de mi ejemplar de Urbe Bikini para ver al predicador, quien, como si de verdad hubiese sido enviado por Dios, observaba con talante indignado y prepotente, de lo más Moisés ante la adoración del Toro de Oro, las fotos de ese VERDADERO milagro del cielo que es
Mónica Pasqualotto.
- La palabra del Señor. La puede usted leer en este ejemplar de...
- ¿Es como una guía, un manual, las instrucciones de mi mp3? - Interrumpí.
- Mejor. Es una vía para alcanzar el cielo.- Dijo con sonrisa de vendedor de seguros.
- ¡No me jodas!
Me levanté de un salto y tapé la boca del salvador de mi alma. Miré en todas direcciones y bajando la voz lo reprendí por imprudente: - ¡
Eso es ilegal, pendejo!
Además en esta plaza hay cámaras, micrófonos y espías por todas partes. ¿
Ves aquella viejita?
Esa caraja es agente de la DEA. ¿
Pero qué pasa con ustedes? ¡
Esto no es Ámsterdam, becerro. Esto es Caracas!
Nervioso, no, asustado, intentó recomponerse y recobrar algo de la dignidad inicial. Trató de señalar el ejemplar de Despertad, pero lo cubrí con las caderas de la Pascualotto y señalé a la viejita con la boca.
- Pero yo sólo quiero...
- ¡Cállate gafo! ¿El Señor no te enseñó técnicas para abordar a la gente? No puedes andar por allí ofreciendo esa vaina como si fuera una Biblia. ¿Qué tal si yo fuera un puritano evangélico y empiezo a gritar y a llamar a la policía? ¿Ah?
- ¡Pero usted no entiende!... Iba a ofrecerle...
- No digas nada. Yo entiendo, créeme. Seguro estás pelando bolas y quieres ponerte en unos reales fáciles y bueno, qué carajo, el señor es mi pastor, ¿ah? – Dije guiñándole un ojo.
Él estaba confundido y comenzaba a verme como a un loco peligroso.
- Es... mi... passs... tor... ¿Entiendes? Tú sabes: ¿pastor?... ¿mula?... Olvídalo.
Lo rodeé por los hombros y comencé a caminar con él alejándolo de allí. Tomé el ejemplar de Despertad sin apenas mirarlo, rápidamente, y lo puse dentro de la Urbe Bikini. Hay algo de Justicia Poética en eso, ¿no?
Una vez suficientemente alejados de la gente, me paré frente a él, a menos de 15 centímetros y lo emplacé:
- ¿A cómo el gramo? - Dije mirándolo fijo a los ojos y componiendo un gesto terrible, de esos en los que no sabes si están por asesinarte o jugarte una broma.
- ¿Cómo? No entiendo - Tragó saliva.
- ¡¿Que cuanto cuesta el gramo, muchacho marico?! – Dije agitando las revistas en mi mano.
- ¿Pero si no sé cuanto pesa?
- ¡Tú si eres pollo, mi pana! ¿También te tengo que enseñar? A ver, ¿qué más tienes en ese maletín? ¡Sólo dímelo, no lo abras!
- Bueno... esteeee. Tengo
Despetad y Atalaya.- Dijo casi sollozando.
- ¿Atalaya? Ufff. Debe ser fuerte. ¿No tienes piedra? - Dije ansioso, simulando comer la uña de mi pulgar derecho y desarrollando un tic nervioso en el ojo mientras miraba, paranoico, en todas direcciones.
- ¡Contesta, pues! Piedra, ¿tienes piedra?.
- ¿Esa la hace quien? - Ya casi lloraba.
- ¡Mira, carajo! ¿A quién le robaste tú esta vaina que no sabes ni siquiera lo que llevas ni cómo se vende? - Dije tomando el maletín.
- ¡No señor yo no he robado a nadie! Yo...
- ¡Robaste al Señor! ¡Coño, le robaste al Señor!
El tipo entró en pánico y me empujó arrojándome al suelo mientras me arrebataba el maletín. Era justo lo que necesitaba. Comencé a gritar con fuerza mientras me incorporaba:
Agárrenlo, agárrenlo, me robó el maletín y dos amables policías lo persiguieron listos para molerlo a palos. Ya saben, ¡son tan abnegados! Recuerda: el policía es tu amigo.
Me apresuré a bajar al metro. No me gusta meterme en esas cosas.
Regalé la revista a un niño que pasaba (¡la Despertad, degenerados, no la Urbe Bikini, yo soy un buen tipo!) y tomé el tren.
Sentado en un asiento para la tercera edad, miraba embelezado a la Pasqualotto.
Ummmm... voy a arder en el infierno.
¡¡¡
Nah!!!.....