21 de noviembre de 2014

Un tipo

Como era usual en él, no escuchó las advertencias: el trueno, pese a su potencia, le fue indiferente; el rayo, apenas una referencia a algo ancestral, una historia poco alumbrada, a lo sumo, una idea que no acaba de cuajar. Como era usual en él, caminó despacio, directo al espejo, ese referente, ese impostor, ese malvado mar que, de tanto en tanto, le devolvía su cadáver ahogado en años.

Sin pausa, pero sin prisas, palpó los átomos y el entorno. Examinó arrugas y respiros; miró –que por mirar se queda uno a ciegas- las décadas insurrecionales, las rebeliones, después los pactos, de su guerra personal, esa que, según en qué minuto habites, te lanza de bruces contra dolores y venturas, amores y olvidos, canciones... es un oficio, casi un arte, envejecer.

Parado allí, todo mortal se desvanece. Quieto, detenido frente al espejo, todo mortal es imagen y semejanza de nada salvo de sus años. Parado allí, aquel tipo era menos que la imagen reflejada. Parado allí ya estaba muerto. Con todo, decidió afeitarse y comenzar su dia.

Un dechado de virtudes no significa nada.


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