4 de abril de 2011

Acacias

Cuando era niño supuse que el viento era mentira. Observaba la danza de los árboles y me decía: ¡Nah!, qué viento ni qué nada. Es Dios jugando en las copas, aburrido a esta hora de la tarde. Y subía, acompañado de algún libro - recuerdo especialmente De la tierra a la luna - a leer en las acacias que rodeaban mi casa. Era un niño feliz. Era un niño.

Verne, DeFoe, Homero, García Márquez, Borges, Carrol, Quiroga. Nada bueno saldría de aquello. Después fue aquella historia en que pregunto... y ya se sabe qué sucede cuando preguntas.

Y un día, las acacias no fueron más que árboles mecidos por vientos cálidos y caprichosos. Árboles que esperaban por el niño que ya no era.