La confirmación de la vida es
el ingenio. Por supuesto, muchas otras manifestaciones y conductas pueden confirmar que
algo o
alguien está vivo, pero es éste el indicador máximo, después de todo, cualquier otra cosa (llámese amor, odio, rebeldía, pensamiento, etc.) debe estar expresada con ingenio para destacarse, de lo contrario, van a parar en el vertedero habitual de las expresiones humanas, las cuales –seamos francos- no suelen ser muy, ¿cómo decirlo?, bueno sí:
destacadas. Quizá por eso los animales son tan ingeniosos… quizá por eso lo son los artistas. Sobre todo los artistas de la calle.
Y es que hay tanto cadáver circulando por allí, que si no fuese por los artistas callejeros, diría que Caracas es el escenario de
The Walking Dead, cuando no de
The Driving Dead, nuestra versión caraqueña de una serie de zombies: montones de muertos-conductores apilados en las calles y avenidas, desplazándose con torpeza, habitando (apenas) la nada de un sistema muerto como ellos. Sabemos de la vida en Caracas por las
pintas de sus calles.
Desde la opinión política hasta el sarcasmo de proclamar un
Espacio recuperado por el arte callejero, estos artistas proclaman la vida de la ciudad con toda la gama de sabores y texturas que tiene. Nos recuerdan que en este hábitat de concreto, un grupo humano se niega a morir de inexpresión reivindicando el derecho a decir, como mínimo,
estamos aquí, ¡existimos!… lo cual no es poco, en una ciudad que se debate entre el peligro del hampa y la estupidez edilicia.
Lo lamentable es que toda esta expresión se vea eclipsada en número -cuando no deteriorada- por la mancha ilegible de
firmas (¡vamos, no son más que eso!) que no tienen más propuesta que la de proclamar un territorio. El
peeing territory de quienes, a falta de feromonas, apelan al spray. Vana ilusión de estos humanos jugando al perro: en Caracas, sólo el concreto es el amo. Mas sin embargo, esta guerra por el territorio no deja de ser, también, una manifestación de la
proclama de la vida. Podríamos decir que es un
daño colateral en este grito colectivo, grito que celebra el ingenio de un grupo distinto de humanos, una subespecie que ha resultado mejor, incluso en sus errores, que la especie matriz.
He fotografiado estas obras (y no me da vergüenza llamarlas así) en algunos casos para dejar constancia del deterioro del que son víctimas (bueno, es arte efímero y no pretenden más) y en otros porque me arrancaron una sonrisa, aislándome, aunque fuera por un instante, del entorno decadente y canalla de este
error en el que envejezco a diario. No son las mejores, ni las más elaboradas, pero son las que he hecho mías. De modo que, como pueden ver, no pretendo ser un crítico social, ni mucho menos crítico de arte. Busco, apenas, hacerle una pregunta: ¿sonríe usted cuando está en la calle?
Debería… hay seres vivos por allí.
En unas pocas cuadras
El espacio en donde se encuentran estas (y muchas otras más) muestras del ingenio callejero está formado por la Plaza Altamira, la Av. Francisco de Miranda, la 1ra Transversal con 1ra Av. de Los Palos Grandes, la 3ra Transversal de Los Palos Grandes y la Av. Luis Roche, unas pocas cuadras en las que algunos artistas y otros a quienes, a falta de una mejor definición, podríamos catalogar como humoristas y/o filósofos jodedores se han dado a la tarea de recordarnos que en esta ciudad canalla se puede escuchar no sólo el sonido feroz de tráfico, sino, también, la voz ingeniosa y, por qué no, cínica y divertida de quienes, teniendo mucho que decir, optan por el más digno mass media, si no el único, que existe: la calle. ¡Y lo mejor es que sucede en toda Caracas! De modo que si usted anda de buen ánimo un día y quiere enterarse de qué va la vida (por lo menos para otros), escuche atentamente la voz pintada y escrita en nuestras paredes. Y si tiene un celular con cámara, tóme fotos que no duran mucho.
Nota: en el futuro, probablemente, iré agregando más fotos.