10 de septiembre de 2016

Cap. 5: Canis lupus familiaris

Julia se limpió la boca con el dorso de la mano sin apartar los ojos del policía. Temblaba de rabia y la humillación humedecía sus ojos. ¡Ay, no te pongas así! Ese es el precio que debes pagar por hacer lo que haces, dijo él mientras subía la cremallera. Podría ser peor. Podría quitarte algún producto de la bolsa, o toda, continuó mientras jugaba, amenazante, con el seguro de la pistola. No sé cómo lo haces, pero obviamente no te las regalan y no tienes mucho que ofrecer a cambio, la frase estuvo acompañada de un manoseo intencionalmente torpe de los senos de Julia. En fin, no me importa. Todos tenemos derecho a comer y mientras seas obediente, te quedas con la bolsa, dijo mientras daba la espalda a Julia para marcharse. Morgan observaba atento al policía, quien guardó la pistola entre su espalda y el cinturón y al hacerlo, el perro supo que era su momento.


Lo que sigue sucedió al mismo tiempo: un hombre diciendo Bonito perro mientras gira hacia una chica, la chica haciendo un swing digno de un grandeliga con una barra de acero, un perro tomando por asalto los testículos del hombre. El policía cayó de espaldas con la nariz destrozada. Trató de quitarse a Morgan con una mano mientras con la otra intentaba alcanzar la pistola en su espalda, pero fue inútil. Vio la barra de acero bajar veloz hacia su rostro en un violento movimiento de Julia quien sonreía con los ojos desorbitados. La chica continuó golpeando el rostro del policía siete veces más: Así –golpe/ lo –golpe/ hago –golpe/ maldito –golpe/ hijo –golpe/ de –golpe/ ¡puta! –golpe. Jadeante y mareada por el esfuerzo, Julia dejó caer la barra de acero y se sentó al lado del cadáver. Morgan levantó la cabeza lamiendo la sangre que cubría su hocico y corrió hasta la esquina para asegurarse de que no venía nadie. Regresó despacio, con actitud de todo en orden. 

***

La imagen de Morgan empapado bajo la lluvia fue definiéndose poco a poco frente a ella. El perro ladraba con insistencia y sus ladridos llegaron en un urgido fade in que sacó a la chica de su ensimismamiento. Julia miró sus manos lentamente, examinando su consistencia, cerciorándose de que, pese a su fragilidad, eran las manos de una eficiente asesina. Lentamente, recorrió con la vista los alrededores y comprobó que se encontraba en el zaguán. Observó el cadáver como quien mira la portada de una revista vieja y descolorida. Luego levantó la mirada hacia Morgan quien, al ver que su amiga se reincorporaba a la vida, corrió a la esquina, esperó un poco y regresó a sentarse frente a Julia. La lluvia se hacía cada vez más intensa.

El parpadeo del bombillo del farol alertó a Julia de la oscuridad. ¡Ya es de noche!, se dijo alarmada. ¿Morgan, me desmayé?, preguntó mientras revisaba su cuerpo. No, estoy sentada. ¿Pero qué me pasó?, por respuesta obtuvo tres ladridos enérgicos. Morgan comenzó a tirar de la falda de Julia y la chica comprendió la insistencia de su amigo: Este lugar ya no es seguro, pensó mientras se incorporaba.

Luchando con la debilidad, como pudo dio vuelta al cadáver para tomar la billetera del bolsillo trasero. Sacó el dinero, lo contó y después lo puso en la bolsa de alimentos arrojando la billetera en la espalda del sujeto. Se lo quedó mirando asombrada por el enorme cuerpo de aquel hombre. No pasabas hambre. Lo dijo con un odio seco, sin matices, mientras tomaba la pistola y la pasaba de una mano a la otra sintiendo el peso. Una sensación de poder le produjo el contacto con el arma y pensó que en manos de ese sujeto era un exceso, una ventaja innecesaria en alguien de aquel tamaño y se sintió orgullosa de haberlo eliminado tan fácilmente. Ese es el precio que debes pagar por hacer lo que haces, dijo para después escupir el cadáver. Luego miró a Morgan quien seguía atento todos sus movimientos. Gracias, dijo acariciando su cabeza y el perro ladró contento.

Julia paseó la mirada por el callejón. Recordó la primera vez que llegó allí cuatro años atrás y cómo lo convirtió en su hogar. Ese lugar había sido el refugio que le permitió escapar del mal desde que huyó de casa. Estuvo convencida, hasta ahora, que era un sitio mágico en el que el mal no era posible pues todas las desgracias ocurrían lejos de allí. En su zaguán estaba la única puerta del callejón la cual, clausurada desde siempre, daba a un lugar hermoso, suponía ella, que la aguardaba cuando la muerte decidiera llevársela. Por el umbral de aquella puerta, ella y Morgan accederían a un mundo mejor.

Una vez más, Julia veía rota abruptamente su inocencia, o lo que quedaba de ella. De repente el callejón lucía oscuro, sucio, peligroso; el hedor a basura lo impregnaba todo; las ratas asomaban por todas partes ante la perspectiva de la comida abundante y grasosa que esperaba por ellas en el piso; la lluvia, ácida y fría, caía sin la promesa del bautismo y de la asepsia y la puerta clausurada sólo estaba allí para impedir que ella, un esperpento devenido asesino, contaminara con su inmunda presencia la límpida atmósfera de la vida vecina. Hijo de puta, cagaste mi hogar.

***

Apoyado en la baranda del balcón, Eugenio contemplaba caer la lluvia mientras fumaba un cigarrillo cuando vio tres rápidos fogonazos alumbrar el callejón al final de su calle.

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