Cuando era niño supuse que el viento era mentira. Observaba la danza de los árboles y me decía: ¡Nah!, qué viento ni qué nada. Es Dios jugando en las copas, aburrido a esta hora de la tarde. Y subía, acompañado de algún libro - recuerdo especialmente De la tierra a la luna - a leer en las acacias que rodeaban mi casa. Era un niño feliz. Era un niño.
Verne, DeFoe, Homero, García Márquez, Borges, Carrol, Quiroga. Nada bueno saldría de aquello. Después fue aquella historia en que pregunto... y ya se sabe qué sucede cuando preguntas.
Y un día, las acacias no fueron más que árboles mecidos por vientos cálidos y caprichosos. Árboles que esperaban por el niño que ya no era.
Fuga en Lila
ResponderEliminarHabía que escribir sin para qué,
sin para quién.
El cuerpo se acuerda de un amor como encender la lámpara.
El silencio es tentación y promesa.
Alejandra Pizarnik (El infierno musical, Argentina,1971)
pd: coincidieron tres cosas, mi enfermedad, este texto y tu escrito)
Son demasiadas cosas coincidiendo. Lo digo, claro, por tu enfermedad.
ResponderEliminarEspero que mejores pronto y que coincidamos con un café.
Un abrazo
Por cierto: qué pasó con La Silla del Verbo?
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