24 de noviembre de 2014

En síntesis

No me necesitas. Ya planeaste tus fugas y tus estúpidos cielos al margen de mis miradas. No me necesitas porque no consigues tiempo para torturarme. Así funciona. No me necesitas porque no te invento ni te imagino ni me dueles ni me animas ni me crees y es recíproca esta impiedad que nos separa. No me necesitas ni asesino ni redentor. No me necesitas oscuro ni líquido ni al margen ni al cuadrado. No me necesitas drogado ni sobrio ni dormido ni apurado –tampoco instalado en rezos. No necesitas de mis manos los oficios inmortales. No necesitas de mi verbo instrucciones brújulas conclusiones. No necesitas de mis ojos la vigilia. No necesitas de mi nada que imagine. No me necesitas porque no sueño ni lloro ni tengo. No me necesitas porque regreso. No me necesitas porque comprendo.

Grillos

No es una emergencia
desde las ventanas no se arrojan gritos
la noche no postula maldades
los gatos van despacio como siempre
a los lugares inventados en sus genes
no es una emergencia
         me digo
y termino el trago como intentando
reivindicarme ante el absurdo
no

no es una emergencia
esta migraña a media noche de domingo
nada que no conozca me habla
nada que no desprecie me insiste
nada que no conozca          me repito
puede habitarme
y el calor desnudo del alcohol
se instala          insecto y redentor
en el minuto exacto
en que escribo

no es una emergencia
no
apenas una madrugada en que las dudas
         viejas y conocidas
vuelven con alas pero sin rostros
a pasearse por mis calles
no es una emergencia          eso es seguro
es sólo un grupo de necias preguntas
sin respuestas

como es usual          y en primera persona
no singular

21 de noviembre de 2014

Un tipo

Como era usual en él, no escuchó las advertencias: el trueno, pese a su potencia, le fue indiferente; el rayo, apenas una referencia a algo ancestral, una historia poco alumbrada, a lo sumo, una idea que no acaba de cuajar. Como era usual en él, caminó despacio, directo al espejo, ese referente, ese impostor, ese malvado mar que, de tanto en tanto, le devolvía su cadáver ahogado en años.

Sin pausa, pero sin prisas, palpó los átomos y el entorno. Examinó arrugas y respiros; miró –que por mirar se queda uno a ciegas- las décadas insurrecionales, las rebeliones, después los pactos, de su guerra personal, esa que, según en qué minuto habites, te lanza de bruces contra dolores y venturas, amores y olvidos, canciones... es un oficio, casi un arte, envejecer.

Parado allí, todo mortal se desvanece. Quieto, detenido frente al espejo, todo mortal es imagen y semejanza de nada salvo de sus años. Parado allí, aquel tipo era menos que la imagen reflejada. Parado allí ya estaba muerto. Con todo, decidió afeitarse y comenzar su dia.

Un dechado de virtudes no significa nada.