12 de agosto de 2010

Panfleto de matemática popular

La gente, ese maravilloso mar de defectos, calzó el calzado de la era y salió en grupos enormes a recorrer gritos y caminos. La gente, cansada de lluvias hertzianas y consignas, recogió la ropa de los muertos y el corazón de los dolientes y reventó la tarde con el áspero silencio de las canciones. La gente, tribu veraz y cienciacierta, rescató sus dioses de barro y sus amores, y trabajó el campo de los tiempos, sin tangos ni nostalgias, sin despedidas atroces. La gente, enanos etruscos desamparados, refugió el futuro en los zaguanes y encerró bestias y maltratos en pasados irresolubles, ¿qué podía esperar el pequeño tumor de la historia de esa horda sonriente? La gente no quiso mirar atrás y corrió en pos del muro, reventó paradigmas y concreto, desafió la gravedad, se metió en papel y, evolutiva, marchó sin pausa a encontrarse consigo misma. La gente, que comenzó en sol menor sostenido, prendió fuego en sus ojos y miró arder mandatos y reinos, señores y señoríos, jueces y notarios, costumbres y disimulos. La gente, persistente y furioso hormiguero, buscó preguntas y halló pedruscos que lanzó contra banderas y prodigios, arropada, como estaba, en la feroz felicidad de quien se orina en los creyentes. La gente, turbio caldo marginado, acechó, como hienas sabias el desconcierto de la cumbre, el miedo del poderoso, el culo de los jefes, y mordió magistraturas y dignidades – daba igual si de santos, o mártires, o generales – aquella noche en que el verdadero privilegio fue morir temprano, sin misas ni obituarios, como un humano. La gente, harta de la ascesis y de los modos celestiales, descubrió sus genitales y sus usos y sus juegos y sus jugos, y copuló en calles y templos liberados de la culpa y de las joyas, de los signos y los rezos, de la infame regla que dice amaos los unos a los otros siempre que no gocen. La gente contó sus manos y sus voces, sus propósitos y pasos, sus años por venir, los preceptos por violar, la renta de la existencia, y desechó las dudas: ¡era mucha gente, coño! Y aquella noche larga, malvada y deliciosa, murieron los ángeles y los soldados… y los justos sin pecadores.

¿Quién dijo que los más alguna vez fueron los menos?

Saber no salva

Sé quién eres
habitas el incómodo rincón de algún recuerdo
asomas párpados y miradas
cuando duermo
sé quién eres
así         desnuda         pareces besos
impulsos         pasado         viento
así         desnuda         eres eterna
como quien fuiste
sé quién eres

sé quién eres
tres cuartos de sol
y lluvia sin truenos
sé quién eres

sé quién eres en estas horas
en que despiertas
al grillo terco del desconcierto
y le impones
lentas agujas al miedo
sé quien eres

sé quién eres
quieta         muda
insuficiente

sé qué quieres

10 de agosto de 2010

No los leopardos

Nosotros, que no nos andamos por las ramas, inventamos el telescopio y la Gestalt, los huérfanos y el jazz, el libro sagrado de los hechos que, por no suceder, no sucederán. Nosotros, de tanto pulgar oponible, amamos la mierda que pensamos, la letra muerta de nuestra infancia, la adolescencia finita – pero prolongada – de los deberes descartados, la ruidosa deuda de una risa simulada. Nosotros, a fuerza de pater noster, subimos escaleras de espirales, retwitteamos desengaños, facebuseamos desconciertos, complaciendo el sonido del fallecido ego de la precaria existencia de la mente. Nosotros, esquizofrénicos en venta, fantasmas de la nada, sudamos un mundo hediondo y terminal, sarcófago ad hoc de quienes vienen – porque vendrán – a salvarnos con la inocente abundancia del esfuerzo. Nosotros, el lado oscuro del Señor, corremos sin gracia a refugiarnos en el solaz inútil del amor, en el discurso inoperante de la intención, el místico abrazo del gesto, y en la carrera dejamos el trazo indeleble de nuestro paso viral por la vida. Nosotros, inmorales relatores de la esperanza y de la historia, compramos indulgencias y destinos, argumentamos leyes, postulamos fusiles, pedimos milagros. Nosotros, no los leopardos, ventilamos miserias y deidades, inventamos dignidades y sagrarios, tierras santas donde cagan peregrinos y los vampiros de la infamia comercian con la fe y el sueño del primate. Nosotros, que nos queremos tanto, metástasis conceptual y adver–bio, soñamos celdas y alambradas para niños, castramos asombros, esterilizamos dudas, domesticamos el sexo, parimos géneros, sembramos sermones, tenemos miedo. Nosotros, indignos vecinos de los otros, arrogantes teóricos del tiempo, ya no tenemos tiempo para arreglar el basurero.

Nosotros, el lado oscuro de la razón.