10 de agosto de 2010

No los leopardos

Nosotros, que no nos andamos por las ramas, inventamos el telescopio y la Gestalt, los huérfanos y el jazz, el libro sagrado de los hechos que, por no suceder, no sucederán. Nosotros, de tanto pulgar oponible, amamos la mierda que pensamos, la letra muerta de nuestra infancia, la adolescencia finita – pero prolongada – de los deberes descartados, la ruidosa deuda de una risa simulada. Nosotros, a fuerza de pater noster, subimos escaleras de espirales, retwitteamos desengaños, facebuseamos desconciertos, complaciendo el sonido del fallecido ego de la precaria existencia de la mente. Nosotros, esquizofrénicos en venta, fantasmas de la nada, sudamos un mundo hediondo y terminal, sarcófago ad hoc de quienes vienen – porque vendrán – a salvarnos con la inocente abundancia del esfuerzo. Nosotros, el lado oscuro del Señor, corremos sin gracia a refugiarnos en el solaz inútil del amor, en el discurso inoperante de la intención, el místico abrazo del gesto, y en la carrera dejamos el trazo indeleble de nuestro paso viral por la vida. Nosotros, inmorales relatores de la esperanza y de la historia, compramos indulgencias y destinos, argumentamos leyes, postulamos fusiles, pedimos milagros. Nosotros, no los leopardos, ventilamos miserias y deidades, inventamos dignidades y sagrarios, tierras santas donde cagan peregrinos y los vampiros de la infamia comercian con la fe y el sueño del primate. Nosotros, que nos queremos tanto, metástasis conceptual y adver–bio, soñamos celdas y alambradas para niños, castramos asombros, esterilizamos dudas, domesticamos el sexo, parimos géneros, sembramos sermones, tenemos miedo. Nosotros, indignos vecinos de los otros, arrogantes teóricos del tiempo, ya no tenemos tiempo para arreglar el basurero.

Nosotros, el lado oscuro de la razón.

31 de julio de 2010

Lullaby

Una canción es sólo tiempo
olas         sucesos         recuerdos obstinados
sí         recuerdos
una canción no salva
ni asesina
ni te lleva lejos
una canción es sólo tiempo
que revives gratuitos
y a escondidas
pues todo en la vida
son intentos

una canción         como aquella

una canción es pura duda
pregunta         silencios         déjà vu
pasos que se reiteran
manos que desfallecen
una canción no te calienta
en este invierno de noche
una canción         apenas
suena
y cuando suena
penas trae
         manido recurso el de la pena
         meciéndose en clave de sol
         cuando no en cántaros de lluvia

una canción         cualquiera

una canción como aquella
debió nacer muda
sin consecuencias
seca         sin ramas         mediomuerta
una canción que no pidiera
latidos         búsquedas         besos
cómoda en su calendario
sin fecha cierta
bisiesta
canción que no debió nombrarte
en esta existencia

una canción         apenas

una canción cualquiera
una normal
común         corcheas         semis         o no
hubiese pasado a sotto voce
por el umbral de la memoria
         el marco del gusto
hasta la cesta en donde duermen
arrugadas         como merecen
las pretensiones ordinarias
de la gente común
una canción cualquiera
pero no esta

una canción         apenas
y ya ves

10 de julio de 2010

Las circunstancias atenuantes

…carta abierta a un(a) hipotético(a) lector(a) quien, como yo, no sabe lo que le espera.

Es simple este oficio que casi no ejerzo y que consiste en no decir nada sobre la ruina antigua del verbo. Es cuestión de callarse apenas, de convocar vacíos y nulidades, nubes cargadas de olvidos, artificios ilegibles de no-escritor, o de fantasma, de mutilado oportuno, o de árbol seco. ¿Quiero decir algo con todo esto? Quiero. Pero doy por descontado la inutilidad del intento y me decido por el trapecio, esa nada que viene y va, arriesgando la caída y el murmullo –no valen gritos– en las gradas. Es puro trapecio, pues, esta voluntad de silencios y mínimas letras.

(Hasta aquí no he dicho nada y sin embargo, pareciera haber gnomos agazapados en cada coma, en cada espacio entre palabras, en cada intención, dispuestos a gritar(me) una idea central, un plot –que llaman los guionistas– que pueda poner en claro la necesidad de quien escribe. Pero los gnomos no existen, es asunto sabido, de modo que no cabe preocuparse por una imposible delación. No espere usted nada de ellos).

Me aferro al trapecio porque escribir, o mejor: decir, supone desgarros a modo de confesiones que permiten a otros mirar muy de cerca la víscera y el defecto, el devenir y el esperanto, el existir de los defectos. Y el trapecio es un no-decir, (un disfraz, un fósil) un teorema que permite especular sobre lo dicho, o mejor: lo no-dicho, pero que no se apunta a certezas. Es así como lo entretengo a usted en la forma, mas no en el fondo, del hecho que espero y de qué espero, pues dos son las circunstancias del hecho: espero a que aparezca ella que espero. Dicho así, sabe usted ahora que aguardo por una mujer (hermosa mujer). Agregaré que lo hago atrincherado tras un mocaccino humeante en una tarde lluviosa y cómplice de afectos y palabras… pero no agregaré nada más. El resto depende de los planes del silencio.

Claro que llegado a este punto puede usted rellenar los espacios huérfanos de acciones con la invención entusiasta de romances y/o entuertos. Puede también, y yo lo haría, dejar de leer –que es una manera de asesinar cuentos, cuando no autores– e invertir su tiempo en cosas más útiles, como tomarse un trago (mejor varios), hacer el amor o, simplemente, dormir. O pruebe con las tres, en esa secuencia, no se arrepentirá. ¿Y qué dirían de usted cada una de estas acciones? Nada. O por lo menos nada que yo pudiese llegar a saber. Usted es el lector, o la lectora, no puedo verlo, o verla. Ventaja feroz de quienes están de aquel lado. Yo, muy a menudo, estoy allí.

(…)

Lo de arriba, esos suspensivos entreparentesis, sucedió con la llegada de ella que yo esperaba. Interprételos como la parálisis del tiempo. Como el viento detenido en aquella tarde. Como mis manos que ya no existieron, por lo menos no para el papel. Como mis ojos que no creyeron que esta mujer, este alado portento del mundo, los mirara y sonriera. Como el perplejo tamborilero que –boom boom, boom boom, boom boom– sonaba como loco en mi pecho, ensordeciendo al regimiento, ya indefenso, de mis precauciones. Ella llegó y la tarde, fémina húmeda y solidaria, me regaló el universo.

Esperará usted que relate pormenores y sucesos, orografías obligadas en este viaje que es el conocerse y ensamblarse en palabras y respiros por un paisaje formado –y conformado– con manos que acarician cautelosas las existencias necesarias. Esperará que pase de secretos. Esperará. Pues la vulgar letra, la estúpida palabra, el árido oficio de la escritura, no le hacen justicia a las horas gratas de los humanos. El verbo podrá narrar desgracias y tristezas, pero jamás podrá contar la simple –y hasta humilde– contentura del corazón. No puedo contar la gracia. No puedo ser Dios. Ni quiero.

Puede usted considerar, entonces, y le doy toda la razón, una total pérdida de tiempo la lectura de estas líneas. Y puede más. Puede decir que es una burla, un atropello, un echarle en cara que no estuvo allí, en el lugar exacto del emocionante desconcierto. Vale, diga que me he burlado. Pero existen las circunstancias atenuantes, a saber, que a mi habitan los recuerdos y que a usted lo esperan los posibles. Salga entonces a la calle y encuentre a ese –o esa– alguien que le imponga al tamborilero en su pecho el agitado ritmo del miedo. Salga. No hay garantías, claro, pero si acaso las quiere, compre electrodomésticos.

Ya conté todo cuanto podía.

Ahora voy a comerme un Pirulín, esa otra forma del beso.


1 de julio de 2010

En estos tiempos

...…brújula necesaria para morir mejor

No dejes nada en tu corazón
permítele el reposo y el vacío
la suma exacta de inútiles minutos
la visión desnuda de pájaros calvos
rostros necios
huellas a ninguna parte
no dejes nada en tu corazón

no alimentes mañanas con abrazos
no subas a besos lentos
y canciones
por las espigas del calor humano
la incertidumbre que los ojos
drogados de luz y de posibles
te regalan cuando miran tus huesos
no alimentes mañanas
huye
que en un abrazo
te quemas infierno

no arriesgues tus manos en otras pieles
esos monstruos epidémicos
desconcertantes
de los que suelen comer los hambrientos
no doblegues al tacto y al temblor
los dedos     la palma      el recuerdo
no nostalgies
no arriesgues los dedos

no camines palabras
mucho menos versos
concédele a tu voz la ausencia de nombres
la orfandad de verbos
la carestía del te amo
la cómoda ausencia del futuro
el rendido homenaje que el silencio
te silencia en colectivos y aceras
no digas que no te escucha
nadie
salvo      quizá     el cartel de un mundo mejor
que no llega

no tires del hilo del respiro
no tejas vidas como quien inventa
nubes de formas comprensibles
vagando en cielos enemigos
sal del paso de cuerpos y conceptos
apura el trago
da media vuelta
que existe una puerta que nunca cierra
la salida

no dejes nada en tu corazón
salvo     quizá    ese cartel de un mundo mejor
que nunca llega