15 de septiembre de 2009

Sucede

Uno no entiende las postales amarillas
las desteñidas ganas del regreso
las flores plásticas
los animalitos de vidrio
naturalezas muertas

apenas si se convive con estos fantasmas
y acariciamos la idea de resurrecciones
uno crece       y en la estirada
pierde noción del antes y de ahora
antes       porque pasado suena a peor
ahora       porque presente suena aquién sabe
y vamos tirando piedritas
a los charcos de agua
y a los guiños de ojos
de la melancolía

uno no decide mirar sin ver
ni caminar por la calzada
como quien ruega por paz
y gracia
uno apenas si se lanza
a la luz brillante de los días
armado de uno mismo
que no es más
que dudas inmejorables
y preguntas y besos y mordiscos
uno apenas si tantea
en la tiniebla del encuentro
la cercana piel de quien te espera
y espera
que la piel sea piel
y no tanto promesa

uno aprende a ser discreto
con la mano cercana
con el mar calmado de los ojos
con la voz que dice ven
y después calla
uno calcula
y suma y resta y canta y decanta
guijarros       nombres       pormenores
riesgos y aflicciones
y ya ves
decide uno       de puro torpe
ser feliz

y algunas veces sucede

3 de septiembre de 2009

Facebook

Hay una constante estúpida en la distancia, una callada resignación, un bostezo medieval, el arrojo inútil de la tortuga empeñada en ganarle a la liebre. Hay un no sé qué en la distancia, una consecuencia, un poema lerdo, un absurdo estadístico, un contexto que no es tu rostro, ni tu nombre, ni un más nunca. Hay tanto de pasado en la distancia, tanta dimensión oculta, tanto alrededor de nada, tanto café desabrido. Tanto desencuentro en la distancia.

Hay tanto albur en la distancia, tanto quizás, tanto quién sabe, tanta tarde fallida, tanta mañana inoportuna. Hay tanto tiempo en la distancia, tanto anónimo sin sombra, tanto verso extraviado. Hay tanta espera en la distancia, tanta pared, tanto castigo, tanto de no hay salida, tanto paso sin eco. Hay tanto miedo en la distancia, tanto abrazo perdido, tanta risa detenida, tanta desmesura en el mensaje, tanto riesgo a repetirse, tanto no fue, tanto hastacuando. Tanto ignorar en la distancia.

Hay tanta extinción en la distancia, tanto asunto inconcluso, tanta diáspora de la vida, tanto naufragio, tanta canción callada, tanta mediastintas, tanto casi, tanto porpoco. Hay tanta higiene en la distancia, tanta perfección, tanto decoro, tanto de humano, tanto de sobra, tanto. Hay tanto de cromos en la distancia, tanto de pose. Tanto de nosotros.

Tanto de nada en la distancia.

8 de julio de 2009

¡Dígalo, mi negro!

Sic transit gloria mundi.

¡Anda, vale! Si tú no vas nosotros tampoco, dijo Rafael mientras vigilaba de soslayo la reacción de Raúl quien se afanaba en arreglar el securezza para que no se saliera nada. Era una tarde limpia de julio en los cielos de Washington y Barak tragaba grueso ante la difícil decisión: ¿Coño, voy o hago una declaración pública?, se preguntaba preocupado.

Hugo sorbía otra taza de café y, muy por lo bajo, le comentaba a Daniel no sé qué cosa técnica sobre el café gringo: ¡No joda, Daniel, esta vaina no sabe a nada! Daniel salió de sus cavilaciones con el comentario y la imagen de la chiquilla se esfumó de la viñeta que flotaba sobre su cabeza. Qué cagada, dijo. Hugo asintió, pensando en el café. Daniel lo odiaba, de eso estoy seguro.

Barak se levantó. Sobrio, pero simpático, los obsequió con una sonrisa mientras llevaba sus manos a la espalda y caminaba por la Oficina Oval. José Miguel no pudo disimular un suspiro, mientras elaboraba rosas de papel con las hojas formato A4 de la última resolución del club. El ambiente, si bien no era tenso, tenía un yo no sé qué de pesadez y fastidio, corroborado por los ronquidos sordos de José Manuel , siempre entre la vigilia y el sueño. Despertó sobresaltado al sentir cómo, en una cabeceada, caía sobre sus piernas el sombrero blanco. ¿Si va ir, verdad?, casi gritó, y Raúl sintió, gracias al sobresalto, que una humedad tibia comenzaba a invadir el uniforme de campaña e iba a parar al piso.

Sonó un celular. Era el de Hugo. Atendió molesto. Los colegas lo miraron expectantes. No, Nicolás, aún no ha decidido nada. Coño, no ladi... ¿y quién te dijo que tú piensas? Vete al canal ocho y dile a Vanessa que te entreviste. Que haga preguntas fáciles, ¿ok?, colgó el vergatario y se disculpó por la interrupción. Barak le dirigió un gesto amable y volvió la vista hacia los jardines. Una brisa tenue jugaba con los árboles. Hillary tomaba el té a la sombra de un álamo. Barak sonrió al verla.

Oye, mi negro, yo creo que para tu imagen mundial, un pronunciamiento, como mínimo, sería estupendo, viejo. Pero si vas con nosotros, ¡vaya, que sería la coña, tigre!, dijo Raúl, mientras una empleada trapeaba debajo de su silla. Daniel aprovechó para verle el culo.

Además, Obi, no todo es Guantánamo y esas cosas. También tienes que apoyar de verdad a los que pasan por un dolor como este, así afianzas tu imagen de buen hombre, acotó José Miguel, modoso, frunciendo el seño y empeñado en sus flores de origami. Barak tomó una de las rosas insulsas y la puso en el ojal de su chaqueta. A José Miguel se le subió el rubor a las mejillas.

Debemos comprender que no es fácil para él, ¿ok? Recuerda que está secuestrado por el imperio, dijo Hugo a Rafael en un susurro, y éste asintió preocupado, acariciándose el pelaje, examinándolo disimulado en el reflejo de una vitrina cercana.

Barak abrió la ventana y su penetrante mirada logró que Hillary, sin mediar silbidos u otros llamados, volteara a verlo. Sonrió socarrón, guiñándole un ojo y ella, solícita, acudió rápidamente a la Oficina Oval. Entró, enérgica y segura, arrancando un buenas tardes al coro de los presidentes. Se acercó a Barak, quien le habló al oído. Ella sonrió, posó disimuladamente su mano sobre los pectorales del jefe y salió de allí, seguida por la mirada de Daniel, pegada a su culo.

Bien, dijo Barak, Hillary preparará todo, los acompañaré, los gritos de alegría y triunfo llenaron la Oficina Oval despertando a José Manuel quien cayó al piso. Todos brincaban abrazados, mientras Barak los veía sonreído y paternal. Salieron de la Casa Blanca, seguidos de la empleada quien trapeaba sin cesar detrás de Raúl, hacia el aeropuerto, vitoreados por una multitud. En el Air Force One ultimaron los últimos detalles y Raúl cambió sus securezza.

En el lugar los esperaba CNN, ABC, BBC, Channel Four Television, RAI, TeleSur, Globovisión, VTV, Niños Cantores del Zulia TV, Al-Jazeera, Venus Tv, Animal Planet y muchos más.

Llegaron decididos. Avanzaron, marciales y justicieros, por entre el tumulto que abarrotaba la calle. Todos se apartaban a su paso, no habría fuerza que pudiese detener a estos hombres. Se hizo un silencio espeso cuando entraron y se colocaron junto al féretro. Los justicieros miraron detenidamente a los presentes en aquel recinto e infundieron respeto a la masa. Y fue sólo hasta que Barak, seguido por los otros, comenzó a entonar I'll be there, que pudieron iniciarse las exequias de Michael Jackson.

Desperté con un mal sabor en la boca.






3 de junio de 2009

Convidados a la noche

(guión para un corto des-animado)


ESCENA # 1: Int. Iglesia/Día
Dentro de una Iglesia, Samael (de unos 30 años, alto y atlético, rubio de pelo algo enmarañado) y Lilith (25 años, de ojos y pelo negrísimos que contrastan con su piel blanca, un poco más baja que Samael y de cuerpo voluptuoso), recorren el recinto. El, con actitud de experto restaurador, contempla la estatuaria, examina acuciosamente cada imagen, acercando el rostro hasta casi rozar el yeso e introduciendo los dedos de sus grandes pero ágiles manos dentro de los pliegues que simulan los ropajes sacando, suave y certeramente, restos de pintura. Samael hace un alto para encender una de las pequeñas velas que están a los pies del Nazareno. Mira en dirección al Altar y descubre a su compañera situada justo debajo del gran Cristo que preside la Nave Central de la Catedral. Lilith acaricia el madero vertical de la Cruz y la lascivia le arranca una mueca a su bellísimo rostro. Samael sonríe y su mirada se detiene en el poderoso trasero de la mujer. Camina a grandes pasos hasta ella pero se detiene ante el Altar y, con la misma pericia demostrada en las estatuas, examina el borde de encajes dorados del mantel. Luego se acerca a ella y, después de acariciarle las nalgas, saca un cigarrillo del bolsillo de su camisa y lo enciende en una de las velas que están al lado del Cristo. Difuminada por el vitral de la derecha, una luz espectral baña al extraño trío. La pareja se marcha. Mientras caminan por la Nave Central, las ventanas y puertas laterales se cierran tras ellos. Una vez afuera, la entrada principal se cierra también. Lilith se coloca unos lentes para el sol y acomoda sus senos, atrapados en el top negro del que casi escapan. Samael, pese al calor del mediodía, se pone el gabán negro que recogió a la salida, dejándolo abierto, de modo que se vea su vestimenta de jeans y camisa, todo de blanco. Luego aspira el cigarrillo y se acerca a un mendigo que está sentado a los pies de una columna de la entrada. Le coloca el cigarrillo en la boca, saca de uno de los bolsillos del gabán una cabeza de cuervo, se la coloca en la mano extendida y le palmea el hombro, sonriendo cínicamente. La pareja baja las escaleras y se van. Detrás queda el mendigo temblando de pánico con la vista puesta en el obsequio aún en su mano. Las chicharras cantan. CORTE A:

ESCENA # 2: Ext. Calle/Día
Salvo por los mendigos que se encuentran en el recorrido, las calles están desiertas. Lilith les entrega volantes. Samael camina a su lado, se entretiene con dos cabezas de cuervos que hace rotar de un dedo a otro en su mano izquierda mientras que en la otra sostiene un cigarrillo. Pese a su amplia sonrisa, canta quedamente un tristísimo blues de los años 30 titulado "I'd rather go blind", mientras sus ojos, extrañamente profundos, detallan a cada uno de los indigentes. Al doblar una esquina, un agitado grupo de mujeres, hombres, niños y ancianos, todos en deplorable estado -algunos, incluso, en evidente enajenación mental-, comienzan a arrancarle los volantes de las manos a Lilith. Ella trata de imponer orden y busca a Samael con la mirada, pero él se ha escapado. Recostado de una pared en la acera del frente, fuma y observa el espectáculo. De repente comienza a recitar calladamente y de forma repetida una frase, para después, elevando el volumen de su voz, cantarla sostenidamente, a la manera de los cantos religiosos palestinos. Nadie se inmuta ante el desconocido canto de Samael: "Eli, Eli, lamma sabacthani". FUNDIDO A NEGRO.

ESCENA # 3: Ext. Calle/Tarde-Noche
Samael y Lilith regresan a la Iglesia. Ella saluda cortésmente a los mendigos, quienes responden agitando los volantes. Parece una activista social, se le nota feliz y satisfecha, sin rastro alguno de la malignidad que transmitiera en el interior de la Catedral. Samael, sin embargo, ha dejado de sonreír y de cantar. Su mirada va clavada al piso, lleva las manos en los bolsillos y de vez en cuando levanta la cabeza y observa, con el rostro petrificado en una mezcla de odio, compasión y tristeza hacia los indigentes. Enciende un cigarrillo y toma una bocanada larga para luego expulsarla con fuerza. Ella sigue saludando. El suspira. Frente a la Iglesia, una pequeña multitud de mendigos comienza a hacer fila para entrar. Samael se acerca al sujeto que viera al salir: está tendido en el suelo con expresión de terror, inamovible por el rigor mortis. Toma la cabeza de cuervo que está al lado del cadáver y se la introduce en la boca, le cierra las mandíbulas y se ríe con odio, transfigurado. Después entra a la Iglesia siguiendo a Lilith. CORTE A:

ESCENA # 4: Int. Iglesia/Noche
Samael en su trabajo. Ha puesto un mantel nuevo sobre el Altar, los platos apilados en una esquina y los cubiertos de plata en la otra. Lilith lo besa en la mejilla y lo mira a los ojos esbozando una leve sonrisa. El se aparta de ella, entra en un cuartucho y sale con una caja de copas. Después de ordenarlas, se coloca frente a la mujer y hace un gesto encogiéndose de hombros, indicando que todo está listo. Ella lo toma por la nuca y lo besa largamente. El murmullo de voces de la gente entrando los interrumpe. Samael entra de nuevo al cuartucho de depósito. Se desnuda, toma una pistola y sale. La gente comienza a sentarse en los bancos. Lilith reparte los platos y los cubiertos. Samael sube al Altar y se sienta en el centro con las piernas extendidas. Hunde el cañón de la pistola a la altura del esternón y aprieta el gatillo. Todos, excepto Lilith, se sobresaltan con la explosión, pero enseguida reanudan la recolección de platos y cubiertos. Lilith sonríe con ternura a los comensales. Por el agujero de salida del proyectil, en la espalda de Samael, brotan miles de plumas negras que vuelan suavemente, llenando todo el interior de la Catedral. El cadáver de Samael, sin derramar una gota de sangre, permanece sentado con el torso doblado increíblemente y su rostro pegado a los muslos de las piernas extendidas, en el Altar. FUNDIDO A NEGRO/FIN.